Riquelme y Zidane… los dos son el mejor después de Diego

Juan Román Riquelme y Zinedine Zidane fueron los finalistas, entre 32 craks de toda la historia del fútbol mundial, en un hallazgo de programa de televisión: El mejor después de Diego, por TyC Sports. El hincha argentino dio su veredicto, y vaya si fue sabio. Riquelme y Zidane, Zidane y Riquelme son, literalmente, los mejores después de Maradona. Veremos porque…

Entre tanto reality barato, tanta estudiantina burda en la que se hace un simulacro de votación y al final los programas son grabados y todo se digita con intencionalidad política (y comercial, lo que a veces, en estos casos, puede ser lo mismo), entre tanto concurso en el que se toma por tonto al espectador, apareció esta joya de TyC Sports, que es juego y homenaje a la vez, con mucho fútbol para disfrutar en tiempos de abstinencia por el receso de los torneos.

En efecto, en los bailandos, los patinandos, los grandes cuñados, la gente cree que vota pero no vota. Pueden ganar los “alica, alicate” o la botinera de turno (Y habría que hacer un nuevo concurso para ver a cuál de los dos se le cae una idea, aunque las chicas al menos recreen la vista), y el conductor puede aparecer dando el resultado por la tele a la vez que viendo a su equipo de vóleibol o viajando por Miami, y los votos, por lo tanto, en una burbuja millonaria de msn que nunca será consultada y solo será explotada por su dueño. Es que el programa se grabó antes de que la gente votara. Esos sí que son fraudes y no los que anunciaron “alica” y la “pitonisa que no dialoga” antes de las elecciones del 28 de junio…

En El Mejor después de Diego, con la conducción de Diego Díaz, Jorge Marinelli y el periodista español Arturo Lezcano, una serie de trece emisiones por TyC Sports, la consigna fue elegir el mejor después de Maradona, juego y homenaje, al mejor jugador del mundo de todos los tiempos, y a 32 glorias del fútbol de ayer y hoy elegidas por la producción del programa como postulantes, no a sucederlo, sino a secundarlo, en el trono de la historia.

Los televidentes participaron a través de su voto para determinar, al gusto de los argentinos, al mejor futbolista de todos los tiempos, sin contar a Maradona. Se enfrentaron en duelos de eliminación directa y quedaron Riquelme y Zidane para la gran final. Ganó Riquelme por 52,05% de los votos contra el 47,05% de Zidane. Además, Riquelme fue el jugador con más cantidad de votos en la suma de las trece emisiones. El programa fue siempre en vivo, con algunos invitados e incluso el testimonio grabado del propio Maradona, quien eligió a Messi.

Pero como la TV es, ante todo, imagen (aunque si se la puede acompañar con un poco de inteligencia, mejor, lo que sí ocurrió en este caso), lo más importante es que el juego sirvió como excusa para un viaje audiovisual exquisito por la historia del fútbol internacional, para ver en acción, claro, las delicias de Román, Zidane, Messi y Pelé, pero también las más inéditas y/o las más desconocidas para los jóvenes de Puskas, Charlton, Di Stéfano, Keagan, Cruyff o Platini.

No hay que perder de vista que esto fue un juego. Apasionante, como el que lo inspira, el fútbol. Pero juego al fin. Ahí aparecen todas las salvedades que hay que hacer. Antes que nada, la arbitrariedad de la elección de los 32 postulantes, aunque en verdad no hay grandes ausencias contemporáneas, aunque, seguramente por escasez de imágenes, falten José Manuel Moreno, Sívori o Pedernera. Tras cartón, fue azaroza la conformación de los duelos, por ejemplo el que increíblemente Messi le ganó a Pelé o en el que Ronaldinho desplazó a Di Stéfano. Y también hay que tener en cuenta, finalmente, que, entre los que votan por sms y por Internet, hay un porcentaje mayor de jóvenes, y,- lo que está relacionado-, son más atractivas y prolíficas las imágenes de Ronaldinho o Zidane que las de Di Stéfano o Puskas. Y el color le gana al blanco y negro.

Así y todo, el resultado del juego salió perfecto. Porque quizá el mejor después de Diego sea, en realidad, Pele, Di Stefano o José Manuel Moreno. Y hasta algunos podrán considerar a cualquiera de este terceto como par o superior a Maradona. Pero los tres estuvieron antes de Diego, no después.

Efectivamente, después de Diego, cronológicamente hablando, en la era post Maradona, el más grande en el mundo fue Zidane, el mejor jugador de dos mundiales, el del 98 y el del 2006, en los que comandó nada menos que al equipo campeón y al subcampeón respectivamente. Y con todo lo que hizo en el medio para Juventus y Real Madrid. Tanto como Juan Román Riquelme fue la aparición más importante del fútbol argentino después de Diego, por la técnica, por la conducción, pero fundamentalmente por la manera de entender y ver el juego. Todavía no hay nadie que entienda el juego como Román, después de Maradona. A la vez que en un tiempo de "sequía" internacional logró títulos del mundo con el seleccionado juvenil y con Boca, fue también campeón olímpico, y fue justamente el conductor del mejor equipo de América de la última década.

Y Lionel Messi, que no es conductor de juego,- como Zidane o Riquelme-, que es indudablemente la cualidad que más aprecia el degustador sabio de fútbol en Argentina, pero que es el más brillante ejecutor de este tiempo del fútbol, tiene otra década por delante para demostrar si puede ser el mejor del después del después de Diego.

Lugar

Julio Grondona, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, dijo que "hoy por hoy" el clásico Argentina - Brasil, por las eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica, del próximo 5 de septiembre, se va a jugar en la cancha de Rosario Central. Después de los pronunciamientos del seleccionador, Diego Maradona, y algunos de los jugadores,-no todos-, y de la inspección de la FIFA, está a punto de oficializarse que el gran choque se disputará en Arroyito.

Se tratará, entonces, de un vuelco histórico. La Selección abandona la cancha de River. El estadio Monumental. El escenario de sus logros mayores en el país. La cancha en la que no pierde desde el 0-5 con Colombia del 93. Justamente el estadio en el que le ganó por última vez como local, y con gran actuación, a Brasil, con una notable actuación de Juan Román Riquelme. RIVER, EL LUGAR EN EL MUNDO DE LA SELECCION. Dónde confirmó, por fin, que era potencia mundial del fútbol, con la consagración del 25 de junio de 1978.

Paradojicamente, cuando Argentina salió de ahí, no le fue tan bien. En la cancha de Boca se quedó afuera del Mundial del 70. En Rosario, sí, logró el pasaporte a la final de la Copa del Mundo, pero allí justamente no le pudo ganar a Brasil. En los últimos tiempos solo salió para jugar en la remozada Bombonera en las eliminatorias para Francia 98, pero cuando ya la Selección de Passarella estaba primera y clasificada. Fue contra Colombia, y Argentina no ganó: 1 a 1. Fue el debut absoluto de Riquelme en la Selección mayor.

No estamos en contra del federalismo, obviamente. Nos gustaría que la Selección recorriera el país y fuera realmente el Equipo de Todos, como aquella de César Luis Menotti que jugaba en todos lados, pero además se nutría de futbolistas del interior. Pero el federalismo se contempla en todos los sentidos. Y gracias a un espacio único para periodismo y protocolo que tiene la cancha de River es que la AFA hace posible ese federalismo con la prensa de todo el país en el Monumental, ya que en los partidos de la Selección transmiten radios de los puntos más remotos y tienen su posición todos los medios del interior que lo requieren, y en cuanto a la prensa escrita, en algunos casos, de acuerdo a la disponibilidad, en posiciones similares o en algunos casos mejores que las de colegas capitalinos.

Eso, equiparable también a la disposición de todos los espacios requeridos por la prensa extranjera, y toda la insfraestructura y comodidades para su trabajo, y los lugares para protocolo e invitados especiales, y toda la logística de un partido de Mundial (porque es eso un encuentro de eliminatorias). En nada de eso se pueden "empardar" las comodidades de la cancha de River.
Pero esos son solo algunos de los motivos por los cuáles es un grave error que la Selección no juegue ante Brasil en el Monumental. No los únicos ni los más importantes.

Desde hace un tiempo hay una prédica en el fútbol argentino por erradicar la violencia de las canchas. Por esa prioridad la AFA hasta ha resignado potestad para programar encuentros: los escenarios y los horarios dependen de lo que aconsejen los organismos de seguridad. Hasta hubo que soportar que los partidos del ascenso se disputen sin público visitante. La mayoría del ambiente del fútbol coincide en que la disposición de la FIFA de que todos los espectadores tienen que estar sentados en todos los estadios es muy buena para desdramatizar y terminar con algunos síntomas de la violencia en la cancha, aunque quizá atente contra el folklore y la idiosincracia del espectador argentino. Pues sin llegar a ese extremo, de todos los espectadores "sentaditos", hace mucho que destacamos que a los partidos de la Selección en la cancha de River va "otro público", asiste la familia, las "barras" no están, o tienen una preponderancia restringida (salvo las entradas que alguno les regaló para el debut del equipo de Maradona), y decimos que "el clima" no es el mismo. A partir de esos comentarios aparecen los que insisten con que la cancha de River es "fría", que hay que ejercer "otra presión" sobre los rivales. De presión a hostigamiento hay solo un paso. Pues entonces, ¿en qué quedamos? ¿Queremos que el fútbol sea un espectáculo para toda la familia o solo para los que "presionan" u hostigan?.

¿Y si le dejamos a los futbolistas la responsabilidad de tratar de ganar los partidos? ¿Y sí pensamos más en la esencia, que es el juego, y menos en lo que lo rodea? Al fin y al cabo, en la cancha "fría", en la que la gente no está tan cerca de los protagonistas, no nos ha ido tan mal, incluso frente a Brasil, y alcanza con ir a los antecedentes apuntados al comienzo de esta nota.

Ojalá lo de Rosario, una gran ciudad futbolera, sea una fiesta, ojalá se multipliquen las presentaciones de la Selección en el interior del país más allá de las eliminatorias, pero la cancha de Argentina, para un partido "de Mundial" (si el campo de juego está bien, como ahora prometieron), es la de River. Y hay que pensar en ser superior a Brasil desde los futbolístico no por otras cuestiones que al final no terminan sirviendo para nada.

Un campeón de todos

Que Carlos Bilardo aparezca en el festejo de Estudiantes campeón de América versión siglo XXI no debe extrañarle a nadie. Es su vestuario, es su club. Es el lugar que se ganó en la historia. Obviamente. Nadie mejor que los hinchas de Estudiantes para entenderlo y celebrarlo. Más allá de connotaciones y diferenciaciones. Y de estilos diferentes a lo largo de esa misma historia. No es lo mismo el múltiple campeón Estudiantes de fines de los 60, en el que jugó Bilardo, con muchas virtudes,-y algunas deformaciones sobre el límite del reglamento, con el propio Bilardo como protagonista-, y el Estudiantes campeón del 82, con Bilardo ya como entrenador que, curiosamente, poco tuvo que ver con estilo, o más bien el estigma, ya que ese equipo se paraba en el medio con un solo volante de marca, que se multiplicaba, pero que también sabía mucho con la pelota como Miguel Angel Russo y practicamente tres "10" de gran capacidad técnica como Marcelo Trobbiani, José Daniel Ponce y el propio Alejandro Sabella, ahora conductor de otro Estudiantes, en el que, curiosamente, quizá confluyen méritos de aquellas otras dos etapas de gloria.

Que Bilardo este ahí, entonces, es de estricta justicia. O al menos nadie puede ni debe cuestionarlo de oportunista. Es su casa y su lugar. Lo que no deberían aprovechar algunos es esa presencia para remarcar otra vez el estigma, o un supuesto antagonismo que no existe. Bilardo es una marca de la historia grande de Estudiantes. Pero en este Estudiantes, vale aclararlo, verdad de Perogrullo, nada tiene que ver Bilardo.

Más bien, desde el punto de vista estilístico, este Estudiantes tiene un sello "passarelliano", el que le imprime su técnico, Alejandro Sabella. No solo por una supuesta transferencia automática. Sino por algo que se comprueba facilmente. La presión sobre el rival, en el medio de la cancha o en tres cuartos, esa que ahogó a los brasileños, tiene su parecido al pressing de los "pac man" de Passarella, Astrada y Zapata.

(A propósito, no debería descartarse a Sabella para el futuro de River, por su identificación con el club de Nuñez, y eventualmente porque podría ser el elegido de su amigo presidente).
Pero, en definitiva, más allá de los estigmas, de las distintas etapas en la historia, de las glorias del pasado que disfrutan las celebraciones del presente, este Estudiantes no resiste los antagonismos que algunos comunicadores quieren instalar antojadizamente, en contraposición a la "ola" de aprobación que recibió el Huracán de Cappa de parte del "futbolero" argentino medio.
No es una cosa o la otra. Sencillamente porque Estudiantes juega muy bien al fútbol. Y porque a Huracán le faltarían todavía un par de años de rodaje, si es que pudiera completar un proceso como el que llevó adelante Estudiantes desde la vuelta de Juan Sebastián Verón.

En este Estudiantes por momentos, cuando se puede, aparece también el "tiki tiki". Este Estudiantes guardan un estilo y una postura clásicas, con cuatro hombres en el fondo, con laterales que se proyectan alternativamente (lo de Cellay en la final con Cruzeiro en Belo Horizonte es prueba suficiente), con mayoría de volantes con aspiraciones ofensivas. Y con la versatilidad de Verón, que no es el conductor clásico (que sí conduce desde la personalidad y la ascendencia, dentro y fuera de la cancha) pero que se multiplica para recuperar balones en el fondo y llegar a meter un pase como el que le hizo a Cellay en la jugada del gol del empate ante Cruzeiro.

A todo eso, sí Estudiantes le agregó lo que se puede denominar como mística copera y que se traslada de generación en generación, y que también trajo de arrastre, por cierto, Rolando Schiavi, ya con cuatro finales de Libertadores en sus espaldas.

No hay antagonismos posibles. Este Estudiantes fue un campeón de todos, celebrado por el fútbol argentino en general (salvo los hinchas de Gimnasia, claro), y que no renegó de ninguna de sus marcas de origen. No es el fútbol que le gusta a la gente o Estudiantes, como quieren hacer creer ahora algunos. Sencillamente porque este Estudiantes le gustó a la mayoría de la gente. Y porque ganó por jugar bien, que es la manera más "sencilla" de ganar.

El campeón que le gustó a la gente

Huracán salió campeón. Del buen gusto y del buen fútbol. No figurará así en las estadísticas. Sí en la historia. No solo por aquello de que si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia... También por hechos concretos que lo demuestran. Alemania salió campeón del mundo en 1974. Pero esa Copa se recordará por siempre como la de la "Naranja Mecánica".

En la Argentina de los "exitosos" y los "langas" que se las saben todas, parecería que no hay lugar para los "campeones morales", término que se utiliza habitualmente en estos casos en forma despectiva. Pulularán ahora los imbéciles que saldrán a vociferar que el segundo o el tercer puesto "no existe" y que "solo sirve salir campeón". De esos está lleno este país, o por lo menos son muchos, y así estamos... Peor ahora que parece que vuelve a primar la "cultura del éxito" por el éxito mismo. Como en los nefastos 90.

No importa. (También a Alfonsín lo defenestraron, y se "mofaron" de él, cuando cayó en desgracia, y cuando ya solo servía el éxito. Más temprano que tarde, la historia lo rescató.)

No importa. Tal como en ese Mundial del 74, sí a este Clausura 2009 se lo recordará por algo es por el "tiki-tiki" de Huracán, mucho más que por el utilitarismo de Vélez. Con el perdón del Vélez campeón, y de sus jugadores, y de su gladiador marplatense Fabián Cubero, y de su técnico Ricardo Gareca, que, con sus capacidades y sus argumentos, llegaron a la final con méritos legítimos. Ellos no tuvieron la culpa del desastroso arbitraje de Gabriel Brazenas, aunque lo "disfrutaron", tal como lo reconocieron sus propios hinchas.

Sí tuvo Vélez la culpa de esconder la pelota. Fue un símbolo del campeonato. Huracán jugó a la pelota, y al fútbol, y lo hizo mejor que ninguno en el Clausura. Y en un momento cúlmine de la final, tras el gol, producto de una jugada viciada de nulidad por una falta al arquero que lo dejó vencido en el piso, desaparecieron las pelotas en el Amalfitani. Justamente el capital preciado de Huracán. El que cuidó con paciencia y estética al servicio de la eficiencia. Porque nadie podrá dudar de que este Huracán, con todas sus carencias, con un plantel que apenas "completa once", con un presupuesto varias veces menor al de Vélez y al de todos, apostó al talento colectivo y tuvo eficiencia. Tanto que fue el equipo más goleador del campeonato y el que más partidos ganó. Y que no fue campeón unicamente porque en el último partido, contra su escolta, hizo un gol y anularon mal la jugada, y le hicieron otro después de una acción que tampoco tenía validez. Con el arquero caído, sin poder reaccionar.

Quizá el destino quiso que fuera así. Fue el campeón que le gustó a la gente (o al resto de la gente, claro, exceptuando, naturalmente, a los hinchas de Vélez, que festejaron legitimamente), con el fútbol que le gusta a la gente. A veces, para sostener determinadas premisas hasta se debe renunciar con dolor a un resultado circunstancial. Que Huracán, el equipo que le gustó a la gente, el campeón que,- aunque no figure en las estadísticas-, le gustó a la gente, no haya finalmente coronado el título, es justo la fiel demostración de que no es verdad que lo único que interesa en fútbol es el resultado. Quizá es lo más importante. Pero no lo único. Así se cae el argumento de ellos, los que no reconocen al fútbol que le gusta a la gente. Si en la historia quedó Holanda, si en la historia quedará el "tiki-tiki", si este Huracán se transformó en el equipo del pueblo y hasta hinchas de San Lorenzo querían que saliera campeón por su juego, está claro que ganar no es lo unico. Y que la historia no es unicamente, no debe ser, la que escriben los victoriosos.