Orgullo

Había que ver, percibir, escuchar, el clima de fiesta que se vivía en el Monumental en la previa del partido de River con Vélez, en la noche de la víspera del Día de Trabajador. Cualquier desprevenido de ninguna manera podía imaginar que se trataba de un partido entre un equipo que está entre los últimos de la tabla, acuciado por los promedios para la próxima temporada, y otro alternativo, porque los titulares están en una situación muy complicada en la Copa Libertadores.
El fútbol, entonces, está claro, es estados de ánimo + sensibilidad por el juego + fervor del hincha. El orden de los factores no altera el producto, para quien lo observa desde afuera. Y hay razones que la razón no entiende. Pero el juego será el que marque la diferencia para los de adentro.
Es indudable que algo nuevo había movilizado a quienes se acercaban por miles, y con sentido fervor, al Monumental, en la noche demasiado oscura del viernes (que anote Daniel Passarella para el reclamo a las autoridades de la ciudad: el estadio luce bien, más cuidado, y con mejor atención desde su presidencia, pero las adyacencias están muy mal iluminadas desde hace un largo tiempo).
River había cambiado "el chip"... Se sabía que con Angel Cappa como entrenador, River ya jugaba a otra cosa, pese a contar con los mismos jugadores y similares problemas que antes de su llegada.
El público de fútbol no es tonto, más bien es sabio, y enseguida percibe el cambio antes que cualquier analista.
Es cierto, verdad de Perogrullo, lo que dijo Cappa después de la victoria sobre Vélez por 2 a 1. Que el logro fue de los jugadores y, entre ellos, de un Orteguita "extraordinario". Pero está claro también que los jugadores son los mismos y sin embargo es evidente que despliegan en la cancha otros conceptos, otra idea futbolística. Entonces al final se concluye en que el estado de ánimo también va bien encadenado con el juego. La actitud de River para reaccionar enseguida ante el resultado adverso, y la forma en que se plantó en el Monumental -tanto en derrota como en empate o victoria-, con postura altiva, de grande de verdad, con personalidad para asumir riesgos e ir a buscar con atrevimiento, de pibes y mayores, tiene que ver con la respuesta de los futbolistas a la sabiduría y la convicción en las transmisión de los conceptos por parte de quien ahora los conduce.
Sólo de esa forma se puede explicar el gran primer tiempo de este River, reaccionando con paciencia pero también con decisión y personalidad ante el resultado adverso. Paciencia para tocar, y esconderle la pelota al rival hasta hacerlo poner nervioso aun en victoria, y la resolución para ir a buscar desde los laterales -los hasta ayer muy apagados Paulo Ferrari y sobre todo Cristian Villagra- hasta el pibe Affranchino y aún Funes Mori en la equivocación.
Y más allá de la emoción que generó Buonanotte, párrafo aparte y final para Ariel Ortega. Ahí no hay nada de Cappa. O sí. El abrazo paternal. La confianza brindada. El resto es todo de un jugador notable, quizá uno de los dos o tres más dotados del fútbol argentino de Maradona para acá, y con un físico privilegiado. Su freno único y desequilibrante, aún más que sus amagues infinitos, supo cortar en dos, decenas de veces, la mágica noche del Monumental y detener, en esos instantes, las miles de respiraciones que enseguida se transformaron en pulmones llenos y pechos inflados de orgullo. Eso que sólo pasa con el buen juego y los grandes futbolistas, más allá de cualquier resultado. Algo que el hincha de River, como refiere Cappa, entiende muy bien.