De nada sirve


A Boca le sirvió, y sumó, el empate.  No el punto. En River fue todo resta. El corolario del Superclásico que volvió al fútbol argentino fue paradójico. El equipo que fue más, fue el que se llevó menos.  Contradicciones y vaivenes, de todas formas, que son propios de dos equipos cargados de irregularidades, sin estructuras ni funcionamientos sólidos, algo que resulta más grave,-otra paradoja-, en el Boca que se llevó más del Monumental, porque se trata de un plantel que ya estaba en la categoría y que, en buena parte, venía de una final de Copa Libertadores y el protagonismo en los torneos locales anteriores.
Lo cierto es que esta vez los errores, por momentos horrores, le ganaron a los miedos y la mediocridad.
River se soltó de sus ataduras tácticas a partir de la confianza que le dio la temprana ventaja parcial, producto de un error de diagnóstico imperdonable para la contención de Rodrigo Mora de parte de la retaguardia boquense y de la posterior falla de Agustín Orión en el tiro libre inteligentemente ejecutado por Leonardo Ponzio.
En efecto, todos sabíamos que Mora le iba a caer con su habilidad y velocidad sobre Albín y Schiavi, y a las espaldas desguarnecidas de Chávez y Somoza, en la controversial formación decidida por Julio Falcioni en Boca. Por ahí llegó nomás la falta de Albín para el tiro libre de la apertura del marcador, por dónde también tendría que haber estado Cristian Chávez, tan desordenado para retroceder como para atacar.
Desde ese tanto tempranero la autoestima y la “otra” categoría de un par de jugadores de River (la conducción y el despliegue de Leonardo Ponzio,- hoy “el Pirlo argentino”-, el desequilibrio de Mora y algunos toques sutiles de Trezeguet) le ganaron a la rigidez y amarretismo de su esquema. Así el equipo de Nuñez construyó un buen primer tiempo a lo que contribuyó sobremanera la falta de concepto futbolístico de Boca, la endeblez de todas sus líneas. Tan malo fue lo de Boca que hasta dejó el espejismo de que el de Almeyda pareciera un buen equipo.
 Pero sus propios errores y horrores también lo llevaron a cambiar a Boca, a salir de su rigidez.  Y a desnudar, a su vez, las carencias del propio River.  Ya jugado en la derrota Boca apeló al delantero por afuera, Lautaro Acosta, y al enganche postergado, Leandro Paredes.  El atacante abrió la cancha, y las grietas de los cuatro centrales de River, tanto que provocó el penal que cometió uno de ellos y que inauguró la reacción. Y Paredes acercó algo tan simple como pasarle la pelota al compañero. De él salieron el par de jugadas, ¡solo un par!-esas limosnas futboleras que anda mendigando Eduardo Galeano por el mundo-, en las que los de azul y amarillo le dieron la pelota a los de azul y amarillo. Y en la última de esas acciones llegó el gol de la igualdad, con toda la paciencia de Paredes para ver y armar la jugada, y la buena participación del propio Acosta, de Silva para bajar la pelota y del marplatense Walter Erviti para definir a la carrera.
La reacción y el empate de 0 a 2 a 2 a 2 no solo se explica por las virtudes, escasas pero valiosas, expuestas por estos futbolistas, en medio de un funcionamiento paupérrimo del Boca-equipo. Las razones también hay que encontrarlas en lo psicológico. Cuando River estaba más para el 3 a 0, se encontró con el 1-2 y desde allí, de repente, automáticamente, el Monumental se transformó en una postal estática y muda. Vivió tantas penurias el hincha de River en los últimos tiempos que tampoco pudo evitar el síndrome del silencio atroz, el miedo a la vergüenza que se transmite ya desde la cancha, de la propia formación puesta por el entrenador.  Temores que se retroalimentaron de afuera hacia adentro y viceversa y que recrudecieron en cada centro de Boca hasta que llegó el del empate agónico.
Más allá de esa última sonrisa de Boca, de la nueva amargura de River, a los dos les cabe la frase que acuñó el hombre que justamente nos libró de ataduras como país para salir (hacia) adelante y a quien se homenajeó en todo el país el último sábado: Cambio es el nombre del futuro.

En el juego de los errores, Boca le ahogó el grito a River


Era la fiesta esperada para River. El desahogo después de la herida lacerante del descenso y después de la vuelta de la B. Pero de la celebración se pasó al silencio atroz en el Monumental. Del grito contenido a la postal de la desazón. El equipo de Nuñez ganaba bien por 2 a 0 pero Boca reaccionó y se lo empató 2 a 2, con un tanto sobre la hora del marplatense Walter Erviti, en el marco de la duodécima fecha del Torneo Inicial Eva Perón del fútbol argentino. River mereció más, pero Boca una vez más le ahogó el grito.
Había dos partidos posibles. El cerrado, discreto, trabado, con pocos espacios y pocas situaciones. El Superclásico del miedo que, al final de cuentas, aparecía como lo más lógico ante los planteos de los dos entrenadores. El 4-4-2 de Matías Almeyda con cuatro defensores centrales y sin volantes, a priori, de creación. Y la renuncia al enganche en Boca. La otra alternativa era el partido inesperado, que se podría abrir a partir de los errores de dos equipos que cometieron muchos a lo largo del campeonato y que, paradójicamente, pese a tanto conservadurismo, defienden mal. Y entre otras cosas, porque no tienen la pelota.
En el primer avance de River, se dio, en consecuencia, lo previsible.  La búsqueda de Rodrigo Mora a espalda de Cristian Chávez y Leandro Somoza, de frente a Emiliano Albín y Rolando Schiavi. El desequilibrio esperado y una falta obligada, cuando todavía no se jugaban dos minutos, de Chávez sobre el propio  Mora. Y el tiro libre lo ejecutó el hombre que asumió la conducción del partido desde ese mismo instante: Leonardo Ponzio. El “reggista” de River buscó el remate bajo, con el pique sobre el arquero, y el intento sobró al arquero Agustín Orión, cuyo error contribuyó entonces a la madrugadora apertura del marcador.
A partir de ahí, entonces, se abrió el partido inesperado. El juego de los siete (o más) errores. En ese contexto, y con la ventaja a favor, y con poco, River manejó táctica y psicológicamente el trámite en todo el primer tiempo. Con el peso de Ponzio en todos los sectores de la cancha, para cortar, pasar y conducir, con y sin la pelota.
Boca fue un equipo cortado en dos. Y River, aun con dos situaciones traumáticas, como las salidas tempraneras de Ramiro Funes Mori y Martín Aguirre por sendas lesiones, no sufrió contratiempos, aunque tampoco generó mucho más peligro como para generar la cuenta. El desorden táctico de Boca hacía casi todo, River no necesitaba mucho más.
Boca buscó “romper” en tres cuartos de cancha y aportar algo de sorpresa con la entrada de Lautaro Acosta. Una vez más le tocó a Clemente Rodríguez cuando en realidad Sánchez Miño había jugado un primer tiempo para el olvido. Pero lo cierto es que cambió el formato, la postura y la actitud. El equipo de La Ribera se adelantó unos metros, presionó más sobre la salida de River y paulatinamente se detuvo la tremenda dinámica de Ponzio. Igual se trataba de una reacción más posicional y anímica que futbolística. Al equipo de Falcioni le seguían faltando ideas. Y en la primera que River pudo salir, a los 25’, aumentó la cuenta a dos. La jugada nació en un lateral, se prolongó en Trezeguet, quien ensayó la apertura hacia la entrada de Carlos Sánchez por la derecha. El ex Godoy Cruz tocó al vacío para la entrada de Mora, quien una vez más desequilibró y encontró mal parada a la defensa de Boca para entrar en diagonal y definir.
Boca sólo había llegado con un cabezazo desviado de Viatri. Parecía cosa juzgada. ¿Cómo iba a hacer en una cuarta parte del partido lo que ni siquiera había intentado en las otras tres cuartas porciones del encuentro?
Pero en el juego de los errores, empezó a tocarle a River. A los 30’ Se equivocó el chico González Pires al tocar en el área a un Lautaro Acosta que estaba saliendo. Penal y gol de Santiago Silva. A partir de ahí ya el Monumental quedó en silencio y entró a pesar la historia y otra vez las cuestiones psicológicas. Aunque una vez más los errores fueron los que marcaron el camino. Primero falló también el árbitro Pablo Lunati, quien debió haber expulsado a Leandro Somoza, por un golpe a un rival. Y después, ante un River tan dubitativo en defensa como Boca lo había estado en el primer tiempo, una vez que el equipo de La Ribera pudo hacer tres pases seguidos, le empató el partido. La entrada de Leandro Paredes fue decisiva en ese sentido. Aportó el pase que estaba faltando. Nada más y nada menos que pasarle la pelota al compañero de igual camiseta. Desde el juvenil enganche nació, de hecho, la jugada de la igualdad agónica. Paredes abrió hacia la derecha, Lautaro Acosta lanzó el centro y Silva bajó muy bien el balón para el marplatense Erviti, quien llegó a la carrera para convertir.
Así Boca le ahogó el grito contenido a River. En lo estrictamente futbolístico, más alegría por la desgracia del rival que por la ventura propia. Porque ni así, ni con el festejo agónico, el equipo que todavía dirige Falcioni pudo disimular sus propias y profundas carencias, que, como en la vereda de enfrente, hacen inminente el final de un ciclo.

Síntesis

River (2): Barovero (5); Gabriel Mercado (5), Germán Pezzella (4), Jonathan Bottinelli (5) y Ramiro Funes Mori (x); Carlos Sánchez (6), Leonardo Ponzio (7), Ezequiel Cirigliano (4) y Martín Aguirre (x); Rodrigo Mora (7) y David Trezeguet (5). DT: Matías Almeyda.
Boca (2): Orión (4); Albín (4), Rolando Schiavi (4), Guillermo Burdisso (5) y Clemente Rodríguez (5); Cristian Chávez (4), Leandro Somoza (4), Walter Erviti (6) y Sánchez Miño (4); Viatri (5) y Santiago Silva (6). DT: Julio César Falcioni.
Goles: en el primer tiempo, 1' Ponzio; en el segundo tiempo, 25' Mora, 30' Silva, de penal, y 44' Erviti.
Cambios: en el primer tiempo, 4' González Pires (4) por Ramiro Funes Mori, 13' Ariel Rojas (4) por Martín Aguirre; en el segundo tiempo, en el inicio, Lautaro Acosta (6) por Clemente Rodríguez, 23' Nicolás Colazo por Sánchez Miño, 34' Leandro Paredes por Cristian Chávez y 41' Rogelio Funes Mori por Rodrigo Mora.
Cancha: de River (muy buena).
Arbitro: Pablo Lunati (5).

Foto: EFE.

“Tufillo” extraño en el Monumental




Había un cierto “tufillo”. Un clima de agresividad y violencia desde muy temprano en las calles aledañas al estadio Monumental. Y llamativas zonas liberadas que fueron  el escenario ideal para incidentes dentro y fuera del estadio, en la previa y durante el Superclásico que River y Boca empataron 2 a 2 por la duodécima fecha del torneo Inicial del fútbol argentino.
Ya a las 12.30 LA CAPITAL fue testigo de un fuerte “encontronazo” entre hinchas de River y Boca en la intersección de Libertador y la diagonal Quiñonez, con el intento de robo de una moto de unos a otros y luego agresiones con lanzamiento de piedras y botellas. Las corridas se prolongaron por Libertador hasta Monroe. Y en esa misma esquina de Libertador y la diagonal, un solo patrullero de la policía federal, con un par de efectivos parados en el lugar, sin reacción alguna. Nada más. El resto, todas las características de una zona liberada. Para un operativo millonario, de 1.200 efectivos, pareció muy extraño que en esa intersección los simpatizantes de River y Boca,  con sus respectivas camisetas, se cruzaran como si nada, sin ningún vallado o separación, como ocurre en cualquiera de estos partidos “de alto riesgo”.
La tónica de la “zona liberada”, ahí seguramente con responsabilidades compartidas con seguridad y personal de River, se prolongó en la cancha, con la increíble aparición de un “chancho inflable” con los colores de Boca que partió desde la Centenario baja para mostrarle a los seguidores rivales que estaban en la parte alta.
Desde muy temprano, en aquellas corridas, pero también en los gritos, en las frases, en los cruces de hinchas de una tribuna a otra en la parte de atrás, por arriba del estacionamiento de prensa, desde dónde lo observamos, se respiraba un clima de violencia encendida, de mucha suceptibilidad. Como que los hinchas de River esperaban las “cargadas” por el descenso y por eso preparaban un escenario de “ataque” en lugar de uno de “defensa”.
Después llegaron los graves incidentes en la tribuna visitante, con las agresiones de la “barra” de Boca a agentes de seguridad de River, y en el playón el ataque que recibieron los colegas de Radio Cooperativa, de una de las transmisiones partidarias de Boca, de parte de otros “energúmenos”, en este caso de River.
Algo extraño ocurrió en el Monumental. Cuando todo debía estar previsto, no lo estuvo. Quizá alguna factura también entre cuadros de fuerzas de seguridad, que no habría que descartar que tenga que ver con todo lo que se intenta generar en estos últimos meses por razones de público conocimiento. Todo muy raro.
Lo cierto es que ahora los dos clubes deberían ser sancionados, inclusive con la posible clausura de ambos estadios. River por la seguridad que faltó, por el inflable y los carteles con amenazas que aparecieron en las tribunas de Boca y que seguramente se habían dejado en la noche anterior. Y por la agresión a los colegas. Y Boca por los hechos de violencia una vez más protagonizados por los “barras” con los que el presidente Daniel Angelici sigue sin aplicar el derecho de admisión. Hay una Ley que se debe cumplir. Y dentro de la ley todo, fuera de la ley nada.  

La Selección tiene un Messi para cada necesidad





Desde Mendoza


La Selección Argentina de fútbol ya se parece demasiado a aquellos filmes de súper acción en los que el “muchachito” de la película de turno, el héroe, el “bueno” pero todopoderoso, tiene momentos culminantes en los que enfrenta, él solo, a diez “malos” que tienen las mejores armas y las peores malas artes. En uno de esos tramos claves de la película, en la previa al epílogo,- que será previsible o que tendrá alguna sorpresa-, el “muchachito” termina siendo atrapado por los “malos”, aun después de lucirse en una lucha desigual, o bien, con mucho de inverosímil, el héroe los neutraliza a todos y les gana, a puro talento y destreza en la lucha.
La Selección de Messi es hoy como esas películas. En muchos y largos pasajes de los partidos es Messi contra el resto del mundo. Alguna vez,  sucumbe, o no logra vencer.  Más a menudo,  gana igual. Así fue gran parte del encuentro ante Uruguay. Era Messi,-el “muchachito”-, contra una trinchera de casi una decena de uruguayos apoltronada en tres cuartos del ataque rival, preparada para cortar, a menudo sobre el filo del reglamento.
Durante 65 minutos de partido, Messi fue sorteando obstáculos,  sacándose de encima rivales, con la destreza inédita del el único hombre en el planeta capaz de llevar atada la pelota al pie a máxima velocidad. Generalmente, con escasa buena compañía, sobretodo sin el respaldo de un equipo, sin generación de juego previa. Todo lo tuvo que hacer él, gestar, armar, conducir y después ir a definir.  Aun en las películas más inverosímiles, se le hace complicado al “muchachito” pelear sólo contra diez.  De vez en cuando se liga una trompada, una patada, una caída.
Y cuando esta historia en Mendoza estaba en el punto de resolución, cuando todavía no se había definido si sería atrapado o no el “muchachito”, aparecieron un par de actores de reparto como descarga y se encontró el camino de la victoria. Pero, en realidad, el desenlace tuvo un único protagonista. Messi, únicamente Messi, fue quien abrió el partido. Tomó la pelota con la decisión y la inteligencia de un conductor y prestidigitador en las puertas del área, hizo la apertura hacia la izquierda para Angel Di María, quien mandó el centro bajo que tenía a Muslera como último obstáculo pero ahí estuvo también Messi para llegar al piso y decidir la jugada que él mismo había inventado.  
Y como Messi no solo es capaz de reeditar las genialidades de Maradona con una versión propia, sino que también puede mejorar sus propias versiones, en el segundo gol hizo casi exactamente lo mismo que en el primero pero con más magia y dejó que resolviera esta vez su amigo Sergio Agüero,-como para que hubiera ovación para otro también en el Malvinas-, de vuelta con Di María como sostén en la descarga.
Después el tiro libre del sello final. Nada por aquí, nada por allá, todos lo esperaban arriba, fue abajo, al rincón más arrinconado.
La película fue del ”muchachito”. Y lo inverosímil fue real. Pero en este caso no se trató de un filme de ciencia ficción, aunque el protagonista parece salir de ahí. El pudo contra todos, con su talento sin molde. Más feliz no pudo ser el final de la historia en la tierra del buen sol y el buen vino. Pero esta película no es una sola, ni es independiente. Se trata de una saga, que no terminó. Le apunta al 13 de julio de 2014 en el Maracaná. Por ahí, para llegar a ese sueño final,  se necesitará bastante más que un único y excluyente protagonista.  Por ahora,  alcanza y sobra. Puede ser, como escribe el periodista Daniel Lagares en Clarín, que Argentina haya sido en Mendoza  “Messi y diez más…”. Más bien parece, por momentos, que hay diez Messis:  el sacrificado, el que se tira atrás para hacerse de la pelota, el conductor,  el eje,  el que abre el juego,  el que piensa,  el que se tira al piso, el que define, el que los hace con pelota en movimiento y el que los convierte con pelota parada.  No solo Messi + 10. También 10 Messis, que se multiplican, reproducen y se transforman en varias cosas a la vez, para ganarle a todos los “malos”.  



Les hizo un Lío bárbaro...



Desde Mendoza

Argentina jugó por primera vez por los puntos en Mendoza.  Y los ganó con la soberbia categoría futbolera de sus delanteros para afirmarse en la punta de las eliminatorias sudamericanas para Brasil 2014.  En una noche soñada,  la Selección goleó en el clásico ante Uruguay por 3 a 0 en un espléndido y rebozante estadio Malvinas Argentinas, con una actuación brillante de Lionel Messi, que fue gestor y goleador, conductor y definidor, para además tomarse revancha de aquella eliminación de la Copa América del año pasado a manos del equipo de Oscar Tabárez.
Argentina asumió la iniciativa desde el  vamos, con Messi  casi como enganche, para tratar de manejar los hilos del equipo desde una línea imaginaria, a lo ancho, entre la del centro del campo y la medialuna y para tratar de superar, desde allí, el escalonamiento de los uruguayos en tres cuartos del ataque rival, que tenía como cometido el corte de línea de pase para, entre otros, el propio Lio.
Recién sobre el cuarto de hora, de todos modos, la Selección pudo penetrar al área contraria con cierto peligro y fue el propio Messi quien incursionó en la zona de definición y pareció que Diego Lugano lo desestabilizó pero el árbitro Leandro Vuaden entendió que no hubo penal. Enseguida, a los 19’, una apilada de Messi terminó en un remate cruzado de Angel Di María que neutralizó el arquero Muslera cuando el propio Lio llegaba para definir la jugada que inició.
Ya a esa altura era Messi contra una “trinchera” de uruguayos parada para defender y tratar de salir en contraataque. A los 28’ el astro mundial gestó una jugada espectacular por derecha, desde dónde más hiere, y su remate se fue rozando el travesaño.
Pero Uruguay contestò con un disparo de Cavani desde afuera que se fue apenas desviado y  una apilada de Luis Suárez por izquierda que terminó con un remate ya desde el borde del área chica que se fue apenas afuera, frente al arquero y apareado por Ezequiel Garay.
Fueron señales. Poco a poco Uruguay emparejó el trámite y adelantó “yardas”, al tiempo que Diego Forlán se retrasó para unirse a esas filas y tratar de armar juego. Y la Selección cada vez más dependió de Messi, con sus propias tres líneas del equipo demasiado desconectadas.
El segundo tiempo arrancó con alta temperatura, con la presión de Uruguay al filo del reglamento. Recién sobre los 12’ pudo soltarse Argentina con una buena combinación que nació desde el medio con Gago, se prolongó en Messi, derivó en Agüero por izquierda y terminó con una definición fallida de Gonzalo Higuaín.
Pero cuando más preocupaba el rendimiento de Argentina, cuando más crecían los volantes de Uruguay,  sobretodo  Gargano y  Arévalo Ríos, apareció Messi en toda su dimensión con una jugada de gestación y definición propia. A los 20’ tomó el balón en las puertas del área, cuando lo más aconsejable parecía el tiro al arco, amagó y abrió hacia la izquierda para Di María, cuya devolución baja fue interceptada por Muslera pero a medias, como para que volviera aparecer Messi, que siempre está, para resolver lo que elaboró. Uno a cero.
Y diez minutos más tarde Argentina definió todo con su ya habitual contundencia ofensiva. Perdió una pelota Luis Suárez en el medio y no le podía pasar peor cosa que la recibiera Messi, quien una vez más abrió hacia la izquierda, dónde otra vez estaba Di María, quien una vez más mandó el centro bajo para que esta vez apareciera Sergio Agüero para convertir en la boca del arco.
Y a los 34’ Messi le puso el broche a una actuación excepcional con un remate de tiro libre que se le metió abajo a Muslera, contra su palo izquierdo.
Uruguay, al cabo, aguantó lo que pudo. Y mientras no lo acompañaron tan bien a Messi. Pero cuando el astro del fútbol mundial pudo digitar desde una casi inédita mira de conductor,-al menos en la Selección-,  y vio el resquicio del partido, y aparecieron Di María y Agüero como socios, Argentina le hizo un lío bárbaro al rival y ya no hubo equivalencias.
En definitiva, en la noche en la que Messi fue conductor y definidor, en juego y con pelota detenida, Argentina goleó a Uruguay en el clásico porque le puso, por fín, toda la chapa de su autoridad futbolera.

La operación y las contradicciones






La operación está en su fase final. El presidente de Boca, Daniel Angelici, quien le abrió la puerta de la salida al máximo ídolo y mejor futbolista del club, Juan Román Riquelme, -quizá para cumplir con su "jefe político" Mauricio Macri-, ahora pretende seguir con la "utilización" del DT, Julio César Falcioni, para desprenderse de todo resabio del 10 en el plantel.
Se recuerda que Angelici, -quien fue al acto comicial de diciembre pasado "de la mano" de Martín Palermo-, se había negado al contrato de cuatro años para Riquelme, y forzó una votación vergonzoza para la continuidad del máximo ídolo, cosa que no ocurrió, por ejemplo, para el vínculo de Walter Erviti, de igual suma de dinero, por ejemplo. Entonces tesorero, Angelici sólo quería a Riquelme por dos años. Se notó. Riquelme se fue a los dos años de ese vínculo y Angelici no hizo nada para que el 10 reviera su posición. Por el contrario, "sobreactuó" sin necesidad la continuidad de Falcioni, la vociferó a pocos días de las finales de la Libertadores, cuando ya se sabía que Román, preocupado por las inferiores y por todo lo que tiene que ver con la vida del club, estaba hartado del trato a los pibes y de las actitudes soberbias de todo el cuerpo técnico en diversas situaciones.
Lo cierto es que Angelici dejó ir a Riquelme y prefirió a Falcioni, cuyo ciclo y su relación con el plantel ya se había quebrado definitivamente en Barinas, Venezuela, tras la primera fecha de la Libertadores, cuando el DT hizo acusaciones infundadas por las que no pidió disculpas públicas, como le habían pedido los propios jugadores. 
En esa elección, Angelici no consideró lo que ayer vociferó: "los jugadores son los que ganan y pierden los partidos". Tenía al mejor, optó por el técnico.
Pero, además, el presidente, en la misma declaración de ayer, incurrió en una evidente contradicción. "El cuerpo técnico puede decidir la táctica pero los que están adentro de la cancha son ellos, yo nunca vi un DT que vaya a cabecear o que le de un pase al contrario. Los jugadores son los que ganan y pierden los partidos", dijo primero. Pero después, cuando le preguntaron por la continuidad del entrenador, expresó: "La campaña de Falcioni ha sido muy buena, salió campeón, llegó a la final de la Copa Libertadores...". ¿En qué quedamos Angelici?
Cuando estaba Riquelme, entonces, el mérito era del técnico que "salió campeón, llegó a la final de la Copa Libertadores". Y ahora, cuando se pierde, la culpa es de los jugadores, a los que les falta "actitud" o "que transpiren la camiseta".
El operativo, -o la operación, con varios periodistas cómplices, para influir en los hinchas-, está en su fase final. Ya se fue el mejor jugador y el máximo ídolo. Se prepara el terreno para otras salidas. Para los "amigos de Riquelme" (Clemente, Viatri, Ledesma...) y no, casualmente, para los "amigos de Falcioni" (Somoza, Erviti, Chávez, Silva), de tanto o más bajo rendimiento que aquellos (sin detenerse en el nulo funcionamiento del equipo). El epílogo podría ser con el adiós al propio Falcioni. Gracias por los servicios prestados.