Miedo


Argentina - Brasil, Brasil - Argentina, nunca es un amistoso en fútbol.  Tampoco lo es, de hecho, cualquier partido entre selecciones que se juegue en fecha FIFA y/o bajo las normas de la FIFA, con las camisetas de esos equipos nacionales y con árbitro neutral.
Son como los "test match" del rugby. Engrosan el historial oficial. No pertenecen a una competencia integral oficial, como un Mundial, las eliminatorias (que, en realidad, son la fase previa del Mundial), Copa América o Eurocopa. Pero son partidos oficiales.
En ese historial oficial de los choques entre Argentina y Brasil la paridad era muy precisa hasta el partido del miércoles en Goiania. Treinta y cinco victorias para cada uno y 24 empates. Como todo clásico, poco tienen que ver los antecedentes o los títulos que ostenten cada uno. Tampoco es decisiva la actualidad de los equipos y los jugadores.
En un clásico se parte de una premisa de autoestima. Ni el DT ni un jugador de River dice que está en inferioridad de condiciones con Boca, aunque venga de la B y el historial lo desfavorezca. Ni jugadores, ni técnicos ni hinchas de Huracán afrontan un clásico con San Lorenzo como un equipo "chico" porque en el historial este muy abajo, y también en campeonatos ganados.
Ni un DT ni un jugador de Selección Argentina puede ni debe admitir inferioridad de condiciones con Brasil. Entre otras cosas porque eso también es relativo. Sobretodo si se trata de un Brasil como el del miércoles pasado o como el que apenas le ganó a Sudáfrica un par de semanas atrás.
Lo cierto es que el mensaje de Alejandro Sabella evidentemente caló hondo en el plantel que conduce, porque jugadores como Rodrigo Braña o Juan Manuel  Martínez no tuvieron prurito ni vergûenza en decir que estaba bien el plantel ultradefensivo que se implementó en Goiania "porque si le jugás a Brasil acá de igual a igual te podés comer cuatro o cinco". Triste...
...Muy triste pero sintomático de como está hoy el fútbol argentino y de los males endémicos de la Selección, de la desculturización que se produjo desde el 90 hasta acá, por la cuál hoy suena "inteligente" jugar ¡con cinco defensores! frente a Brasil, más tres volantes de marca y/o dinámica y poner, ademas, a Somoza por un delantero a dos minutos del final. Desculturización tal que el miedo hoy es un atributo. Al que teme, se lo elogia. Y al que arriesga, se lo critica.
Alejandro Sabella está en condiciones de ser el entrenador de una Selección campeona del mundo. Con Messi y cía, todo es posible. Pero sería bueno que antes asuma esa posibilidad y que siempre, con cualquier protagonista, y en cualquier cancha, dirige a la Selección Argentina y la obligación es defender su prestigio.
También deberá definir, el DT, para que sirve hacer lo que hizo el miércoles.
Si estos partidos "no interesan" y solo sirven para experimentar o probar jugadores, cuesta encuadrar las participaciones de Desabato o Braña, a quienes conoce demasiado. O el propio dispositivo extremadamente defensivo, por el cuál el chico Peruzzi, por ejemplo, de muy buen rendimiento, tuvo una mayor cobertura que la que eventualmente tendrá en otro tipo de partidos y con el equipo que podemos llamar "A" de la Selección.
Y si, al cabo, lo que importa es el resultado, ¿de qué sirvió la indignidad de "colgarse del travesaño" para en el último minuto quedarse sin nada?

El empujón





El problema no fue tanto lo que no dijo Juan Román Riquelme en la conferencia de prensa del viernes, cuando respondió que no volverá a jugar en Boca, aunque no confirmó si dejará o no el fútbol. 
La cuestión medular pasa por lo que no dijo el presidente Daniel Angelici, en principio porque tampoco se lo preguntaron.
Igual, a veces hay silencios que hablan por mil palabras. O muy pocas palabras, las justas, que tapan mil silencios. 
Riquelme dijo poco y se guardó mucho, sobretodo porque nunca fue su estilo echar culpas, ni dentro ni fuera de la cancha. Pero entre lo poco que dijo en la conferencia de prensa en la Bombonera y lo bastante más que agregó en la charla mano a mano con Sebastián Vignolo, Diego Latorre y todo el equipo de Fox Sports Radio Del Plata, se puede leer bastante entre líneas para confirmar lo que ya habíamos suscripto, que "lo empujaron a la puerta de salida", para usar las mismas palabras que usó el propio Latorre tras la recordada despedida posterior a la final perdida ante Corinthians.
Riquelme dijo en la conferencia, oficialmente, que se va de Boca porque ya no tiene objetivos por cumplir, sueños por realizar. Nada más cierto. Fue el conductor futbolístico para once títulos (y no diez, como deslizaron algunos intencionadamente sin adjudicarle la Copa Argentina, en la que fue capitán hasta la final) que lo convirtieron en el máximo ídolo de la historia del club, como incluso lo repite siempre el único que le podría pelear ese sitial, Rojitas, probablemente tan brillante como Román aunque sin las consagraciones y copas que le dio a Boca el último 10.
Pero por lo poco que dijo en la conferencia y en lo bastante más que respondió en la charla con Vignolo y compañía, quedó claro lo poco que hicieron el actual presidente de Boca y el DT para que Román no tomara la drástica determinación.

Dijo sobre Falcioni, entre otras cosas:
"Yo ya no necesitaba entrenador, ¿qué me iba a enseñar Falcioni, a atajar? 

"Me hizo reir escuchar que Falcioni me esperaba"

"Vos te das cuenta quien dice la verdad y quien dice para quedar bien"

"Me dolió mucho quedar afuera de ese partido con All Boys y tener que dar dos horas vueltas a una cancha como un boludo".

Y dijo sobre Angelici, directa o indirectamente:

"Cuando estaba en muletas, no me querían renovar, hasta tuve q poner plata yo, y después terminé jugando bien, ganando campeonatos, en la final de la Copa y me pedían para la Selección"

"Con lo del contrato se ha demorado màs de lo normal, el propio presidente lo admitió hoy en la conferencia. Yo al presidente le había dicho todo que sí, se podía haber arreglado en un día. El presidente se fue de vacaciones, se domoró todo más de 70 días. Con mi hijo habíamos hablado de jugar en Brasil pero ahora está todo cerrado". 

"Si hubiera hecho algo mal en Venezuela, me hubieran echado a la mierda del club".

"Se todo lo que pasó con las banderas, no me sorprende nada. El que traía la bandera era el verdadero hincha y el que no dejaba que entraran esas banderas es porque hacía su trabajo. Sabía que iba a pasar, hicieron su trabajo bien, pero esos no son bosteros...". 

 "Nunca yo le diría a un dirigente que ponga o saque a un DT".

En esas frases quedan expuestas actitudes (apenas algunas de tantas ya denunciadas). Lo que "no supo ni pudo" hacer Angelici para que se quedara (tal como lo admitió el propio presidente) pero también y mucho más, lo que no quiso hacer para que Riquelme siguiera siendo el emblema de Boca dentro y fuera de la cancha. Las decisiones fueron todas en el sentido contrario. 
En esas frases está la clave de lo que pasó en el medio, en apenas unos pocos meses. Desde que Riquelme expresó que quería jugar en Boca hasta los 40 años y llegar al récord de partidos de Roberto Mouzo hasta que cambió por el argumento de haber cumplido con todos los objetivos. 
Aun con todos los sueños cumplidos, si en el viaje diario de Don Torcuato a Casa Amarilla para entrenar, Riquelme hubiera estado seguro que en la llegada a "su casa" iba a sentirse cómodo y lo iban a esperar como a Verón en Estudiantes,-por ejemplo-, como referente e ineludible hombre de consulta para todo, probablemente hoy no se estaría escribiendo este abrupto final. Falcioni y Angelici lo hicieron.

Manda Messi

Messi manda. Que no es decir que conduzca.
Manda en la cancha, con su autoritarismo futbolero, llevándose rivales por delante, demoliéndolos en base a una conjunción justa de talento y velocidad, inédita para este juego quizá en toda su historia. Probablemente ningún jugador en la tierra pudo y pueda llevar la pelota tan pegada al pie, tan a su merced, con tanta velocidad y en tanta cantidad de metros en el campo.
Y Messi también manda afuera de la cancha, dónde el técnico “obedece”. Quiere a Ustari, su amigo, en el plantel. Ahí está Ustari. Quiere a Lavezzi de titular. Lo pedís lo tenés. En la semana, cuando ante la ausencia obligada de Sergio Agüero, Alejandro Sabella evaluaba la posibilidad del 4-4-2, con su jugador “fetiche”, José Sosa, el hombre del Metallist de Rusia, Messi salió, sugestivamente, a decir en algunas notas, que él prefería jugar con dos hombres por delante. Y al final, también sugestivamente, Sabella le respondió con la inclusión de Lavezzi.
No hay juicio de valor. Así están dadas las cosas. Así son. Sí llama la atención que cierta parte de nuestros colegas, que armaban intrigas palaciegas y se horrorizaban porque algún jugador con predicamento, supuestamente “armaba equipos” o digitaba técnicos (que paradojico, ese futbolista ahora se fue justamente para no decir “el DT o yo”) ahora no digan lo mismo por lo que es evidente en el caso de Lionel Messi.
Lo cierto es que Messi manda. Y la Selección depende de sus decisiones, en todo sentido.
En la victoria ante Paraguay tuvo participación decisiva en los tres goles y cada vez que el equipo caía en un pozo, él lo levantaba con algún destello fulgurante, como su intervención prepotente en el segundo gol y la pelota que deriva en Gonzalo Higuaín, tanto como en sus dos tiros en los palos y el brillante remate en el tiro libre que resolvió el pleito en el impecable y colmado Mario Alberto Kempes.
Pero también, y paradójicamente, el equipo tiene esos pasajes en los que se cae porque casi nunca asume el control del juego, pocas veces lo ordena y domina, y eso se debe, en parte, al propio pedido-reclamo de Messi. Con “dos jugadores por delante” el astro está “condenado” muchas veces a retrasarse él mismo para hacerse de la pelota, tal como vimos que no funcionó en Sudáfrica, cuando los rivales, especialmente Alemania, le cortaron caminos y ya Messi no pudo hacer todo.
Con la consigna de Messi, con “dos hombres por delante”, es decir, con tres delanteros, -como la Selección de Maradona “se suicidó” en Sudáfrica, en desmedro de armadores de juego-, el mediocampo casi no existe en La Argentina, no se elabora en el tramo de tres cuartos a tres cuartos. Es más una zona de transición rápida que de gestación. Hoy para esa transición, y con determinados rivales, alcanza y sobra con el tranco de Angel Di María, que pasa rápido y muchas veces resuelve con criterio, y con la prepotencia futbolera del propio Messi, que hace y deshace.
Messi manda. Hoy alcanza y sobra. Pero no habría que dejar de mirar que con este mismo formato, elegido por el jugador más desequilibrante del mundo, otra historia reciente no terminó bien. Una Selección Argentina no debería renegar de una zona de gestación, no debería renunciar a un poder de juego para abastecer su poder de fuego. Para no repetir errores del pasado.


La Selección, rápida y furiosa




Le alcanzó con su poder de fuego ante Paraguay. Se impuso por 3 a 1 en el estadio Mario Alberto Kempes de Córdoba. Un Di María encendido y destellos decisivos de Messi marcaron la diferencia.


  Desde Córdoba
                                                                                                          

Por ahora le alcanza y le sobra con su poder de fuego. Reniega casi de la alternativa de ejercer el dominio del juego. La contundencia de los iluminados de arriba y la rápida transición que encabezó Angel Di María le bastaron a la Selección Argentina de fútbol para doblegar a Paraguay por 3 a 1 en un estadio Mario Alberto Kempes colmado por más de 57.000 espectadores y un clima de gran fervor popular en Córdoba, en el marco de las eliminatorias para el Mundial de Brasil 2014.
Rápido y furioso. Así fue el comienzo de la Selección. Y el de Angel Di María. Cuando habían pasado pocos segundos de los dos minutos de juego, la presión y la velocidad en ataque de Argentina se devoró la salida de Paraguay, pelearon la pelota, la ganaron y la  jugaron Lavezzi y Messi y cuando la jugada se había ensuciado apareció Di María para ponerle un rayo de calidad y un remate combado al ángulo con el que pudo haber contribuído la espalda del propio Lavezzi pero que llevaba el impulso que le dio la estrella de Real Madrid.
Pero así como la Selección Argentina juega a una velocidad diferente también puede pasarse de revoluciones y no retener la pelota y el dominio en algunos pasajes del partido. Abusa de su poder de fuego. Como después, una vez que se hace de la pelota, marca diferencias en tres cuartos, no atesora el juego para cuando no llegue con tanta asiduidad. Y entonces puede pasar que el rival se adelante y también provoque alguna herida. Eso fue lo que ocurrió con el rústico y limitado pero aguerrido Paraguay (siempre al filo del reglamento), que avanzó unos metros y trató de reacomodarse con el manejo de Jonathan Fabbro como medio enlace. Y en un centro aislado, que no llevaba gran peligro, a los 18’, Rodrigo Braña puso la mano innecesariamente y el penal lo transformó en gol Fabbro. Uno a uno y vuelta a empezar.
Pero otra vez Argentina puso todas las velocidades y en otro destello fulminante, a los 30’,  volvió a ponerse arriba en el marcador. Di María, el mejor del equipo, peleó una pelota en el medio con decisión y la llevó con calidad, prolongó en Messi, por la derecha, dónde más hiere, y apareció el instinto goleador de Gonzalo Higuaín para el 2 a 1.
Enseguida la Selección pudo haber aumentado con un tiro libre de Messi que dio en el palo. Pero otra vez el dominio se dividió. O Argentina no lo ejerció. Porque no puede, o porque no quiere. Por el abuso de su poder de fuego, no retiene la pelota, no organiza el juego, no lo ordena. Lo resuelve. Por capacidad individual y potencial ofensivo.
El segundo tiempo arrancó con el fulgor de Messi. En el arranque mismo una aparición suya fulminante con “slalom” y mano a mano con el arquero también terminó en el palo.
Después, una vez más, Argentina se desentendió del juego y Paraguay buscó cambiar en ataque con los ingresos de Haedo Valdez por Roque Santa Cruz y Oscar Cardozo por Jonathan Fabbro.
Pero el guión, en  realidad, nunca importó. Paraguay no tuvo con que y Argentina tuvo a los protagonistas. Suficiente. Y Messi, a los 19’, con un remate impresionante de tiro libre (tras una falta que Víctor Cáceres le hizo al él mismo), liquidó todo temprano.
Así es la Selección hoy. El orden y la pausa no son precisamente sus principales atributos pero no parece, todavía, que sean factores esenciales. Esta es la Argentina del presente, la Selección de Messi y Di María. Rápida, furiosa, contundente, letal. Con poder de fuego, sin necesidad de poder de juego. Al menos por ahora.