Volvió el River de Passarella. Dentro y fuera de la cancha. En el césped del Minella pareció un equipo del Passarella técnico. Afuera, ya es un equipo del Passarella presidente.
Nada es casual y antojadizo. River “se floreó” con Boca, por momentos “lo bailó”, en la noche del miércoles, en el exiguo 3 a 1 por la Copa Desafío del fútbol de verano de Mar del Plata. Lo que podía parecer impensado hasta ayer, fue realidad hoy, al influjo de la vuelta de Daniel Passarella.
Passarella no dirige, es cierto, pero, en principio, el River del miércoles se asemejó al primer River de Passarella, el de los “pac man” en la mitad de la cancha (uno de ellos era el actual entrenador, Leonardo Astrada), con la filosofía del corte y el pressing desde el centro del campo hacia adelante y el cambio de ritmo y el quiebre justo en tres cuartos. Y también con la apuesta,-convencida o forzada, en este caso- por los pibes.
Y la influencia de Passarella afuera, para que este River haya jugado tan suelto y haya sido tan “fresco” frente a Boca, fue mucho más importante que el poco tiempo que tiene de gestión. Fue decisiva. Clave para cambiar la ecuación. Al Superclásico en el Minella los dos equipos llegaban con derrotas a cuestas, sin respuestas ni futbolisticas en los primeros partidos del verano pero River cargaba de arrastre aun más resultados adversos que Boca. Sin embargo, el mensaje que bajó de unos y otros dirigentes empezó a marcar la diferencia enorme que hubo después en la cancha entre los clásicos rivales.
En River todo fue tranquilidad, sin internas ni divisiones, con un presidente que a la vez es manager, porque es hombre de fútbol, que silenciosamente apuntó a los refuerzos que podía, con austeridad, pero sin errores. River por fín trajo a un defensor “normal”, Juan Manuel Díaz, y el paraguayo Rodrigo Rojas fue la revelación, fundamental para ese cambio de ritmo en tres cuartos. Pero lo más importante ni siquiera estuvo ahí. La clave radicó en la mesura y la contundencia de Passarella para reiterar que, con cualquier resultado y en cualquier circunstancia Leonardo Astrada iba a ser el DT de River hasta, por lo menos, el final de su contrato, en junio de 2010. Los dirigentes nunca dijeron lo contrario sobre Alfio Basile pero la interna, y quizá las miserias de algunos,-y algunos mensajes interesados desde afuera-, dejaron correr otra cosa y, tácitamente, la no llegada de refuerzos alimentó la elucubración de que el DT no tenía el respaldo necesario. Para colmo surgió la información (que de algún indicio salió) de que ahora sí Carlos Bianchi estará dispuesto a volver a ser entrenador de Boca, a partir de julio.
En síntesis, por una cosa u otra, por lo que se gestó adentro o por lo que se “maquinó” desde afuera, Astrada llegó cuidado, tranquilo, sin presiones y sin complejos al primer Superclásico del año, pese a las dos derrotas anteriores. A Basile, en cambio, lo rodeó un “tufillo” extraño, cuando en un club como Boca debería sonar descabellado siquiera imaginar un despido o una renuncia en el comienzo de una pretemporada. Por los tiempos físicos de la preparación y, sobretodo si el plantel de Boca es prácticamente el mismo que a fines del año pasado.
Sin embargo, el partido empezó ya con la insólita idea instalada de que si perdía Boca podía irse Basile, el DT que en su anterior ciclo fue campeón en los cinco campeonatos en los que dirigió; que luego, en los pasados seis meses, nunca pudo formar su tan mentado “equipo de memoria” y que ahora estaba en pretemporada, solo con un par de partidos de verano.
Nunca habría que meterse con el trabajo de las personas. Mucho más impúdico, en lo futbolístico, debe ser “pedir cabezas” o “forzar salidas” o que un ciclo se termine por un partido de verano. Pero así de histérico es hoy el fútbol argentino. Y así estamos. Eso es lo que, al parecer, quiso venir a cambiar Passarella en la conducción de River.
Eso no invalida la crítica ni el análisis. Boca fue el miércoles un equipo desmembrado, sin respuestas físicas, anímicas y futbolísticas para detener la frescura sin ataduras ni presiones de este River. Pero lo único que cambió el concepto sobre lo que había ocurrido ante Estudiantes es que ahora Riquelme, con su sabiduría y entendimiento del juego, intentó mantener cierto equilibrio en el primer tiempo, aunque sin una estructura minimamente seria que lo rodee.
El verano en Mar del Plata, los diez goles en contra, al cabo, debían, claro, generar una profunda autocrítica en Boca, pero no solo desde el cuerpo técnico. También desde muchos jugadores que hace un largo tiempo no parecen estar a la altura, y desde la responsabilidad dirigencial por un plantel con muchas falencias y que no le mejoraron al entrenador.
El resto del análisis, o las definiciones debería llegar siempre al final de los procesos, y no al principio.
Pero, una vez más en nuestro fútbol, la ciclotimia le ganó al trabajo y al juego. Y a “río revuelto”, ganancia de pescadores. River aprovechó todo adentro, pero empezó a ganar el Superclásico desde afuera.
Nada es casual y antojadizo. River “se floreó” con Boca, por momentos “lo bailó”, en la noche del miércoles, en el exiguo 3 a 1 por la Copa Desafío del fútbol de verano de Mar del Plata. Lo que podía parecer impensado hasta ayer, fue realidad hoy, al influjo de la vuelta de Daniel Passarella.
Passarella no dirige, es cierto, pero, en principio, el River del miércoles se asemejó al primer River de Passarella, el de los “pac man” en la mitad de la cancha (uno de ellos era el actual entrenador, Leonardo Astrada), con la filosofía del corte y el pressing desde el centro del campo hacia adelante y el cambio de ritmo y el quiebre justo en tres cuartos. Y también con la apuesta,-convencida o forzada, en este caso- por los pibes.
Y la influencia de Passarella afuera, para que este River haya jugado tan suelto y haya sido tan “fresco” frente a Boca, fue mucho más importante que el poco tiempo que tiene de gestión. Fue decisiva. Clave para cambiar la ecuación. Al Superclásico en el Minella los dos equipos llegaban con derrotas a cuestas, sin respuestas ni futbolisticas en los primeros partidos del verano pero River cargaba de arrastre aun más resultados adversos que Boca. Sin embargo, el mensaje que bajó de unos y otros dirigentes empezó a marcar la diferencia enorme que hubo después en la cancha entre los clásicos rivales.
En River todo fue tranquilidad, sin internas ni divisiones, con un presidente que a la vez es manager, porque es hombre de fútbol, que silenciosamente apuntó a los refuerzos que podía, con austeridad, pero sin errores. River por fín trajo a un defensor “normal”, Juan Manuel Díaz, y el paraguayo Rodrigo Rojas fue la revelación, fundamental para ese cambio de ritmo en tres cuartos. Pero lo más importante ni siquiera estuvo ahí. La clave radicó en la mesura y la contundencia de Passarella para reiterar que, con cualquier resultado y en cualquier circunstancia Leonardo Astrada iba a ser el DT de River hasta, por lo menos, el final de su contrato, en junio de 2010. Los dirigentes nunca dijeron lo contrario sobre Alfio Basile pero la interna, y quizá las miserias de algunos,-y algunos mensajes interesados desde afuera-, dejaron correr otra cosa y, tácitamente, la no llegada de refuerzos alimentó la elucubración de que el DT no tenía el respaldo necesario. Para colmo surgió la información (que de algún indicio salió) de que ahora sí Carlos Bianchi estará dispuesto a volver a ser entrenador de Boca, a partir de julio.
En síntesis, por una cosa u otra, por lo que se gestó adentro o por lo que se “maquinó” desde afuera, Astrada llegó cuidado, tranquilo, sin presiones y sin complejos al primer Superclásico del año, pese a las dos derrotas anteriores. A Basile, en cambio, lo rodeó un “tufillo” extraño, cuando en un club como Boca debería sonar descabellado siquiera imaginar un despido o una renuncia en el comienzo de una pretemporada. Por los tiempos físicos de la preparación y, sobretodo si el plantel de Boca es prácticamente el mismo que a fines del año pasado.
Sin embargo, el partido empezó ya con la insólita idea instalada de que si perdía Boca podía irse Basile, el DT que en su anterior ciclo fue campeón en los cinco campeonatos en los que dirigió; que luego, en los pasados seis meses, nunca pudo formar su tan mentado “equipo de memoria” y que ahora estaba en pretemporada, solo con un par de partidos de verano.
Nunca habría que meterse con el trabajo de las personas. Mucho más impúdico, en lo futbolístico, debe ser “pedir cabezas” o “forzar salidas” o que un ciclo se termine por un partido de verano. Pero así de histérico es hoy el fútbol argentino. Y así estamos. Eso es lo que, al parecer, quiso venir a cambiar Passarella en la conducción de River.
Eso no invalida la crítica ni el análisis. Boca fue el miércoles un equipo desmembrado, sin respuestas físicas, anímicas y futbolísticas para detener la frescura sin ataduras ni presiones de este River. Pero lo único que cambió el concepto sobre lo que había ocurrido ante Estudiantes es que ahora Riquelme, con su sabiduría y entendimiento del juego, intentó mantener cierto equilibrio en el primer tiempo, aunque sin una estructura minimamente seria que lo rodee.
El verano en Mar del Plata, los diez goles en contra, al cabo, debían, claro, generar una profunda autocrítica en Boca, pero no solo desde el cuerpo técnico. También desde muchos jugadores que hace un largo tiempo no parecen estar a la altura, y desde la responsabilidad dirigencial por un plantel con muchas falencias y que no le mejoraron al entrenador.
El resto del análisis, o las definiciones debería llegar siempre al final de los procesos, y no al principio.
Pero, una vez más en nuestro fútbol, la ciclotimia le ganó al trabajo y al juego. Y a “río revuelto”, ganancia de pescadores. River aprovechó todo adentro, pero empezó a ganar el Superclásico desde afuera.
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