JOHANNESBURGO, Sudáfrica.- Esa voz, que es una melodía en sí misma, parece que hasta nos interpela. Penetrá en nosotros de tal manera, repiquetea tanto y sin parar en nuestros oídos, nuestras visceras y nuestros corazones, que ya no nos podemos despojar de ella. Quizá nos acompañe por todo el Mundial. O la recordemos toda la vida.
Es la voz de Miriam Makeba, “la mamá de Africa”, perseguida y exiliada durante 30 años del régimen racista del Apartheid. Activista por los derechos humanos en todo el mundo y toda la vida. A tal punto que fue abucheada en Viña del Mar en 1972 por elogiar al presidente revolucionario Salvador Allende.
Esa voz, esa melodía, es una mezcla del jazz más negro y melancólico con la música tradicional de colores sudafricanos. La escuchamos casi en la primera parte de nuestra visita al Museo del Apartheid, pero nos sigue, vigilante, por todo el camino. Es el sendero del horror, pero también el de la esperanza. Es un viaje por los instintos más bajos de la humanidad, pero también por el interior de su conciencia, que se remuerde para siempre.
Nadie se redime de nada. Ni hay que perdonar lo imperdonable, más allá de la infiníta sabiduría de estadísta de Nelson Mandela. Pero no hay que confundirse: él no perdonó. O al menos no a los que no asumieron el arrepentimiento. Con los demás puso la otra mejilla sólo porque le convenía. Porque sino nunca se iba a terminar el terror.
Lo único positivo de este viaje, por toda la historia del Apartheid, -y por como se salió gracias a Mandela-, no es el final supuestamente feliz, sino el ver que atrás hay un horror pegajozo y penetrante. Lo positivo es reconocerlo como tal. Lo positivo es asquearse, preguntarse como un ser humano pudo haberle hecho esto a otro ser humano. El próximo paso debe ser no sentirse afuera, o que solo fueron capaces otros seres humanos, y no nosotros. De ahí a darse cuenta que también hay un Museo de la Memoria en la Esma que significa otra interpelación a nuestras miserias, hay solo un paso. Que los blancos se dedicaran a esclavizar, explotar, torturar, segregar, asesinar y exterminar a negros en Sudáfrica, no es, al final de cuentas, tan diferente como que ciertos “iluminados”, también “blancos”, hayan esclavizado, explotado, perseguido, torturado, segregado, asesinado y exterminado a toda una generación brillante de argentinos solo por pensar distinto o más bien por eso, por pensar brillante.
En el final de este viaje estremecedor por el Museo del Apartheid y la historia de Sudáfrica, aparecen un discurso del último presidente del antiguo régimen Frederik De Klerk; las elecciones que dan paso a la unción del primer presidente negro en la historia de Sudáfrica; el histórico saludo de Nelson Mandela y el capitán de los Springboks, Francois Pienaar, en la final del Mundial de rugby del 95; un concierto con grandes músicos del mundo del que participan el propio Mandela y su hija… No nos equivoquemos, nada de eso redime lo anterior: las horcas, los fusiles apuntándole y matando a 566 pibes en el Levantamiento de Soweto del 76, la acumulación de negros como en Auschwitz, también para acribillarlos, las persecuciones y los exilios como los de Makeba y las cuestiones mismas de tratamiento discriminatorio y casi esclavizante, que todavía persisten en algunas esquinas o rincones de esta Sudáfrica emergente pero aun muy desigual.
Nada lo redime, porque no hubo Justicia del todo. Aquí no hubo Nüremberg, coo si en Argentina. Aunque sí cierto arrepentimiento de los que “se arrodillaron” ante la inmensidad de Mandela.
Pero sin Justicia total,-que aquí quizá no era posible, porque se iba a la guerra civil permanente, o a la segregación al revés, con la persecución o expulsión de miles de blancos- nunca habrá redención total ni paz duradera. Por eso lo de Argentina es tan valioso, por eso lo de Argentina es único. Por eso, lo que algunos retrógrados critican (“dejen de mirar al pasado”), la Justicia real para todos los genocidas,-impulsada desde el Estado y por el gobierno actual-, la recuperación definitiva de la identidad, de los chicos que la perdieron, de los familiares que la buscan y de la Nación, la lucha de Estela de Carlotto (que merece el Nobel de la Paz tanto o más que Mandela) es un patrimonio irrenunciable que van a rescatar la humanidad y la historia.
Y asumiendo que mirar al pasado, también significa corregir el futuro. Entender que con la revolución política no alcanza, que falta la económica. Y aquí en Sudáfrica bien que se nota. Está claro que la línea divisoria de desigualdades no se trazaba unicamente entre blancos y negros.
Porque tarde o temprano, si esto no se encara, o si no se apunta al fin de la impunidad en serio, como sí se hace hoy en Argentina, la voz de Makeba, esa inconfundible melodía, nos seguirá repiqueteando, persiguiendo, interpelando. Para siempre. Para toda la vida.
Es la voz de Miriam Makeba, “la mamá de Africa”, perseguida y exiliada durante 30 años del régimen racista del Apartheid. Activista por los derechos humanos en todo el mundo y toda la vida. A tal punto que fue abucheada en Viña del Mar en 1972 por elogiar al presidente revolucionario Salvador Allende.
Esa voz, esa melodía, es una mezcla del jazz más negro y melancólico con la música tradicional de colores sudafricanos. La escuchamos casi en la primera parte de nuestra visita al Museo del Apartheid, pero nos sigue, vigilante, por todo el camino. Es el sendero del horror, pero también el de la esperanza. Es un viaje por los instintos más bajos de la humanidad, pero también por el interior de su conciencia, que se remuerde para siempre.
Nadie se redime de nada. Ni hay que perdonar lo imperdonable, más allá de la infiníta sabiduría de estadísta de Nelson Mandela. Pero no hay que confundirse: él no perdonó. O al menos no a los que no asumieron el arrepentimiento. Con los demás puso la otra mejilla sólo porque le convenía. Porque sino nunca se iba a terminar el terror.
Lo único positivo de este viaje, por toda la historia del Apartheid, -y por como se salió gracias a Mandela-, no es el final supuestamente feliz, sino el ver que atrás hay un horror pegajozo y penetrante. Lo positivo es reconocerlo como tal. Lo positivo es asquearse, preguntarse como un ser humano pudo haberle hecho esto a otro ser humano. El próximo paso debe ser no sentirse afuera, o que solo fueron capaces otros seres humanos, y no nosotros. De ahí a darse cuenta que también hay un Museo de la Memoria en la Esma que significa otra interpelación a nuestras miserias, hay solo un paso. Que los blancos se dedicaran a esclavizar, explotar, torturar, segregar, asesinar y exterminar a negros en Sudáfrica, no es, al final de cuentas, tan diferente como que ciertos “iluminados”, también “blancos”, hayan esclavizado, explotado, perseguido, torturado, segregado, asesinado y exterminado a toda una generación brillante de argentinos solo por pensar distinto o más bien por eso, por pensar brillante.
En el final de este viaje estremecedor por el Museo del Apartheid y la historia de Sudáfrica, aparecen un discurso del último presidente del antiguo régimen Frederik De Klerk; las elecciones que dan paso a la unción del primer presidente negro en la historia de Sudáfrica; el histórico saludo de Nelson Mandela y el capitán de los Springboks, Francois Pienaar, en la final del Mundial de rugby del 95; un concierto con grandes músicos del mundo del que participan el propio Mandela y su hija… No nos equivoquemos, nada de eso redime lo anterior: las horcas, los fusiles apuntándole y matando a 566 pibes en el Levantamiento de Soweto del 76, la acumulación de negros como en Auschwitz, también para acribillarlos, las persecuciones y los exilios como los de Makeba y las cuestiones mismas de tratamiento discriminatorio y casi esclavizante, que todavía persisten en algunas esquinas o rincones de esta Sudáfrica emergente pero aun muy desigual.
Nada lo redime, porque no hubo Justicia del todo. Aquí no hubo Nüremberg, coo si en Argentina. Aunque sí cierto arrepentimiento de los que “se arrodillaron” ante la inmensidad de Mandela.
Pero sin Justicia total,-que aquí quizá no era posible, porque se iba a la guerra civil permanente, o a la segregación al revés, con la persecución o expulsión de miles de blancos- nunca habrá redención total ni paz duradera. Por eso lo de Argentina es tan valioso, por eso lo de Argentina es único. Por eso, lo que algunos retrógrados critican (“dejen de mirar al pasado”), la Justicia real para todos los genocidas,-impulsada desde el Estado y por el gobierno actual-, la recuperación definitiva de la identidad, de los chicos que la perdieron, de los familiares que la buscan y de la Nación, la lucha de Estela de Carlotto (que merece el Nobel de la Paz tanto o más que Mandela) es un patrimonio irrenunciable que van a rescatar la humanidad y la historia.
Y asumiendo que mirar al pasado, también significa corregir el futuro. Entender que con la revolución política no alcanza, que falta la económica. Y aquí en Sudáfrica bien que se nota. Está claro que la línea divisoria de desigualdades no se trazaba unicamente entre blancos y negros.
Porque tarde o temprano, si esto no se encara, o si no se apunta al fin de la impunidad en serio, como sí se hace hoy en Argentina, la voz de Makeba, esa inconfundible melodía, nos seguirá repiqueteando, persiguiendo, interpelando. Para siempre. Para toda la vida.
1 comentarios:
Linda nota Vito!!! muy linda, abrazo y vamos Argentina!!!! abrazo
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