Soweto

Al final, todo termina en una lucha de clases. O al menos, sino en una contienda o enfrentamiento,-que siempre quedará latente-, en una división. El problema pudo haber sido entre blancos y negros, pero lo subyacente, y lo que lamentablemente perdura, es una división manifiesta de clases, una desigualdad que no se combate realmente si no se encara la "Revolución Económica" después de la "Revolución Política" que llevó adelante Nelson Mandela.
Hicimos un viaje por Soweto, echamos una mirada sobre el populoso barrio, casi una ciudad en sí misma, dónde nació y se crió Mandela, aunque no el lugar donde estuvo más tiempo, porque en realidad la mitad de su vida la pasó en prisión, justamente por su lucha contra el Apartheid, contra el aislamiento, contra una de las formas de división.
Soweto es un área urbana, con casi cuatro millones de habitantes, entre los cuales muchos de ellos ni siquiera conocen el centro de la gran ciudad que habitan, Johannesburgo, 24 kilómetros al suroeste, pero mencionan a Messi y, una vez que penetramos en los asentamientos más precarios, nos gritan "River Plate", "Boca Juniors" e incluso sorprenden con un "¡Riquelme, Riquelme!". Los chicos andan descalzos en pleno invierno, pero igual patean una pelota entre la tierra y saben todo del fútbol, no sólo de la World Cup. Pero probablemente no conozcan nada de los Springboks, los populares campeones del mundo de rugby, la selección sudafricana de ese deporte.
En cambio, en la noche anterior estuvimos en Monte Casino, algo así como Las Vegas en pequeño, y si bien en el patio central se siguen con fervor los partidos del Mundial de fútbol (en este caso España 1 - Portugal 0), en los bellos pasillos del lugar sólo aparece en las pantallas una promoción del próximo partido de los Springboks ante Nueva Zelanda, de rugby. Y está claro que allí concurre la gente más pudiente, mayoría blanca, y todos los que trabajan, desde los hombres de seguridad hasta las mujeres croupiers en el casino, son negros.
Así son los contrastes en este país, y en la propia Soweto. Hay dos Sudáfrica. Como hay dos o más Soweto.
Incluso en esta populosa área hay un sector "para los ricos", como nos aclara nuestro guía, con tremendas casas residenciales. Nuevos negros ricos que no quisieron dejar el origen y formaron su propia barrio "de clase alta" en su lugar en el mundo de siempre.
También está Orlando West, el barrio de Soweto de clase media donde nació y se crió Mandela, con casas bien construidas,pero en las cuales igual habitan demasiadas personas por unidad. Casas que en muchos casos recién ahora tienen propietarios, porque pertenecían al Estado, al que había que pagarle una renta. Ahora, hace un tiempo, el Estado abrió la posibilidad de que sus habitantes las compren con el propio pago de su renta mensual hasta llegar, en algunos casos,- para las casas más precarias- a la suma de 15.000 rans (unos 2.000 y pico de dólares), con lo cuál podrán ya transformarse en propietarios.
En la Orlando West de Soweto también está el Museo Héctor Pieterson, en memoria de los 566 pibes acribillados el 16 de junio de 1976 por reclamar que no los obliguen a estudiar como lengua principal el afrikaaners, el idioma tradicional del apartheid, que habla una de las castas blancas más importantes de este país. El símbolo de ese reclamo es Héctor Pieterson, y la foto que recorrió el mundo. El niño que es llevado en brazos, bañado en sangre, con rostros de desesperación que parecen ser los de sus familiares más directos. Esa foto domina el centro de la escena del Museo, que también va pasando, en sus pantallas, imágenes desgarradoras de aquella matanza. En el patio del Museo, entre pequeñas piedras, hay 566 ladrillos, cada uno con cada nombre de los pibes asesinados por la policía del régimen del Apartheid.
Después de ver eso, y de no poder continuar el camino en la última de las escalas, en la parte de los asentamientos de Motsoaledi, donde sólo hay indigencia, pibes que piden monedas a la vez que nombran a "Messi", "River Plate", "Boca Juniors" y "Riquelme" y la enorme dignidad de Be, quien nos muestra el lugar por dentro y de una señora que incluso nos abre las puertas de su "casa"-, porque la tristeza y la impotencia nos supera, uno imagina que alguna vez esta gente volverá a reaccionar. No ya por un idioma. Sino por las condiciones mínimas de subsistencia. Dios quiera que si ese día llega, la humanidad haya evolucionado lo suficiente, no sólo para que no se repita una matanza como aquélla de los 566 pibes, sino para que, de una vez por todas, les satisfagan esa necesidad. Para comenzar a hacer esa revolución inconclusa. Parece una utopía. Incluso lo admite nuestro guía, casi resignado. Pero utopía fue la de Mandela, y se hizo realidad. Quizá Mandela no quiso o no pudo encarar lo que falta. Alguien lo tendrá que hacer.

Vito Amalfitano

desde Johannesburgo

Enviado Especial a Sudáfrica

1 comentarios:

quebrantandoelsilencio dijo...

Lamentablemente comprobamos como la celebración de eventos de carácter mundial no sirven para transformar un país como quieren hacernos ver. Ni en su día sirvió con China ni ahora con Sudáfrica.

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