Revanchas


“Así es el deporte, no se puede garantizar nada nunca. Esta vez se dio que ganamos, pero pudimos haber perdido. El evento hubiera sido exitoso igual y no le tenía que quedar ningún ‘karma’ a los marplatenses”, nos dijo Luis Scola hace una semana, en nota especial con LA CAPITAL un día después de la consagración de la Selección Argentina de básquetbol en el Preolímpico de Mar del Plata. Fue en respuesta a una inquietud nuestra sobre lo que supuestamente se habían sacado de encima la ciudad en general y el Polideportivo en particular, con este logro de la Generación Dorada después de aquella traumática derrota en la final de la Copa Davis de tenis ante España en 2008.

No por verdad de Perogrullo deja de ser oportuno y sabio lo de Scola para contrarrestar tanta histeria que rodea hoy al deporte, sobretodo por estas tierras de tanto apasionamiento, pero también de tanto exitismo.

La derrota, obvio, siempre tiene que ser una posibilidad, nunca un drama. Así es el deporte. E incluso se puede perder de local siendo más que amplio favorito, hasta casi candidato excluyente.

El círculo de la moraleja se cerró ayer a miles de kilómetros de distancia.

El imponente Belgrado Arena se preparó para un trámite y una fiesta. Y aun habiendo empezado con derrota 0-2 el viernes el clima del estadio ayer dejaba ver que las esperanzas de los serbios volvían a estar intactas al saltar a la cancha el as de espadas, el número uno del mundo, Novak Djokovic.

Hace tres años, en una instancia diferente, ya en una final, en el Polideportivo de Mar del Plata, se vivía un clima similar, pero aun con condiciones más favorables, porque Rafael Nadal ni siquiera podía jugar un punto (ni viajó).

En las dos situaciones sucumbió el amplio favorito. Y se cumplió la máxima de Scola, “en deporte no se puede garantizar nada nunca”. Ni con todo el público a favor, ni en las circunstancias más ventajosas. Tampoco Nalbandian hubiera tenido garantizada la victoria aun contra un rival infinitamente inferior en el quinto punto, si Djokovic superaba a Del Potro.

Nada de eso ocurrió. Quedó, afortunadamente, en lo contrafactual. Porque, más allá de la lesión lumbar de Djokovic, el tandilense hizo lo que tenía que hacer. Y más. Se pudo evadir, con personalidad y juego, de ese tremendo ambiente en contra.

Ahora, para la final, el desafío vuelve a ser de David contra Goliat. Y no solo, está claro, porque Nalbandian sea bandera del equipo argentino.

No debía ser “karma” ni drama si la Generación Dorada no conseguía lo que se esperaba en el soñado fin de semana anterior en Mar del Plata. Pero lo cierto es que, con la clasificación a los Juegos Olímpicos y el título de la Selección Argentina de básquetbol evidentemente se saldó una parte de aquella deuda de la final de la Davis de 2008 y fue una especie de revancha de la ciudad deportiva.

Mar del Plata, entonces, “ya hizo su parte”. Ahora le toca a ellos, a los verdaderos protagonistas. Otra vez Argentina contra España, pero con las condiciones exactamente al revés que en el Polideportivo. Allá, de visitante, y con amplio favoritismo para el equipo de Nadal. La Legión tiene la gran chance de saldar la otra parte de aquella deuda, de completar esa otra revancha. Seguramente los tenistas argentinos dejarán todo para el objetivo. No habrá distensión. Ni mucho menos lugar para la subestimación. No se perderá el tiempo en agregarle o quitarle velocidad a la superficie. No tendrán siquiera esa oportunidad. Así, dejando todo, no quedará lugar, esta vez, para el reclamo. Será la gloria infinita, un título inédito justo en la Davis 100, o una casi lógica derrota con el honor de estar una vez más en la final. Sin dramas ni histerias. Como se debe entender el deporte.

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