Ese entretiempo es un mito en sí mismo. Imagínense todo lo que generó después. Se tejieron, en torno a esos 15 minutos largos -en tiempos de fútbol para pocos, codificado, la duración del entretiempo era una convención más bien cambiante-, las peores y las mejores versiones. De las sustancias, peleas, gambetas a los controles se pasó a una frase que engrandeció la leyenda: "Salgo yo y entra Riquelme, Bambino"". Si la "orden" existió, ahora el orgullo maradoniano no está para confirmarlo.
De una forma u otra, quienes estuvimos esa noche del 25 de octubre del '97 en el Monumental presumimos, al instante, que estábamos asistiendo a un momento histórico. Lo imaginamos, claro, por la salida de Maradona, nada menos que en el entretiempo de un Boca - River. Por todo lo que había pasado, por cómo venía la cosa, no había vuelta atrás. Era el último de todos los finales. Lo que no sabíamos es que en ese momento, justamente, en el que se consumaba el retiro definitivo del mejor futbolista de todos los tiempos, en la salida de medio tiempo de un Superclásico y con una de sus dos camisetas más queridas, a su vez estaba naciendo la idolatría más grande de la historia de Boca. Juan Román Riquelme ya había debutado, pero la unción fue esa noche y a partir de ahí desanduvo un camino único en el club de La Ribera.
Tanto es así que en ese sendero inédito, sin parangón, no sólo hay un cambio mítico -del más grande en Boca en lugar del más grande en el fútbol mundial-, once títulos con aporte más determinante que el de cualquier otro futbolista en cualquier otro título, y cientos de asistencias incomparables. También hay una tarde increíble en la que el pueblo boquense -salvo "los de atrás del arco"-, lo eligió a Riquelme a los gritos por sobre el mismísimo Maradona. Y un banderazo nacional único en la historia del fútbol argentino para pedir por un solo jugador. Y un "Cabildo abierto" que produjo una verdadera revolución que terminó con "el orden conservador" en el club, gracias a una "cadena nacional" que fue su aporte inédito a Boca desde afuera de la cancha.
Y en ese camino, además, hay un mito del eterno retorno sólo comparable al que protagonizó el propio Maradona.
Es que Diego, hasta ese final irremediable, siempre estuvo volviendo. Tanto que ya había dirigido dos equipos como técnico, Mandiyú y Racing, antes de sus últimos retornos. Volvió para un repechaje contra Australia cuando ya había dicho que no jugaba más para Argentina. Volvió después de los dos dóping, el de Nápoli y el de la Selección. Volvió después de que le cortaron las piernas. Volvió después de escaparse una noche en Mar del Plata y faltar a un partido de Newell"s. Volvió en Sevilla. Volvió en Corea con Boca. Y volvió en la Bombonera, con cabello de dos colores, para un centro inolvidable que terminó en cabezazo agónico de Scotto.
A Riquelme no le pasaron tantas cosas raras en su cuerpo aunque sí fueron variadas las vicisitudes del alma. Pero también siempre estuvo volviendo. Aunque nada más que a Boca. Siempre a Boca. Aquel partido contra Rosario Central en la Bombonera. Aquel Superclásico del segundo retorno, en Mar del Plata. Aquel regreso, con vuelta, olímpica, y final de Libertadores, de 2011/2012, cuando muchos lo daban como ex jugador. Y esta vuelta, quizá la más deseada, por más inesperada.
Y si bien Román nunca tuvo tantas contradicciones como Diego y se mantuvo más firme en sus convicciones y códigos -tanto que por ello se perdió nada menos que un Mundial-, sí se permitió -aunque no se lo quieran permitir los demás, o "algunos demás"-, cambiar de parecer por una vez. Esta vez.
Todos en algún momento en nuestras vidas aseguramos algo y terminamos haciendo lo contrario. Ahora pareciera que el único que no puede es Riquelme. Y sin considerar, además, que con su cambio "de palabra" no perjudicó a nadie, más bien todo lo contrario. O quizá sí. Los que más se agarran de "la palabra" de Riquelme son los más perjudicados con su eterno retorno: no pueden resolver su propia contradicción entre amor y odio. Se supone que aprecian, como la mayoría, el fútbol que verdaderamente le gusta a la gente, pero no pueden soportar que en la Argentina lo enarbole mejor que nadie el que más se apresuraron en denostar, siempre.
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