Miedos

El ascensor que nos deposita en el segundo piso del Monumental para llegar al sector de prensa lo maneja una señora que hace años que trabaja en River. "Nos vemos después…", saludamos alguno de los "viajantes". "Sí, vamos a ver cómo -respondió la señora-, hay que ver si tenemos que bajar en helicóptero o si tenemos que salir cuerpo a tierra…".

Más gráfico, imposible. Ese era el clima que se vivía en River allá por las tres de la tarde del domingo, a hora y cuarto de un nuevo Superclásico. Era la fiesta total o "el incendio"” final. Cierto público de River ya no estaba para soportar más frustraciones, y, después de los tres goles de Independiente y tantas actuaciones frustrantes de los últimos tiempos, estaba latente la posibilidad de que Boca lo superara claramente, o que simplemente le ganara, como en la mayoría de las últimas oportunidades. A esto había que agregar el ambiente enrarecido por las elecciones inminentes, las "broncas" acumuladas con la conducción Aguilar y con algunos de estos jugadores (no tanto con el cuerpo técnico, recién de regreso), los antecedentes de incidentes graves en el famoso hall del Monumental o en los playones aledaños.

Pero el fútbol siempre depara situaciones alternativas e impensadas. No fue ni fiesta ni "incendio", al cabo. Y el miedo, al final, fue más de los protagonistas que de los hinchas. Porque el respaldo de la gente de River fue conmovedor, porque no hubo "silencio atroz" (como lo recordaban en el arribo al estadio varios hinchas de Boca con camisetas amarillas con el rostro de Ahumada en el pecho), y porque hasta hubo despedida con tibios aplausos y cantos de aliento.
El miedo se trasladó a la cancha porque River, después de haber jugado su mejor primer tiempo del campeonato, hasta maniatar a Boca, quitarle la pelota y usufructuar sus gruesos errores defensivos, retrocedió demasiado en el complemento, dejó venir a un rival que tiene lo suyo, y aun en el diez contra diez siguió jugando como si tuviera un hombre de menos, actitud que denunció el cambio de Coronel por Gallardo. Temores no justificables (en fútbol siempre hay que ganarle a los miedos) pero si comprensibles si atendemos el pobre presente de River. Tan injustificables pero comprensibles como los miedos del propio Boca, que ensayó la reconstrucción y que fue a buscar el partido en el complemento, aun después del empate, pero mirando "de reojo" lo que podían derrumbar sus defensores. Y fue tan literal como metafórico. Riquelme volvió a ser, en este segundo tiempo, aquel de conducción de juego pero también de gestos y voz de mando de 2007, cuando Miguel Russo le permitía, con mucha inteligencia, ser el técnico en la cancha. En todo el complemento Román fue ubicando a cada jugador en su lugar en cada acción, pero sobremanera con indicaciones para sus compañeros del fondo. Es más, en dos tiros libres se preocupó más - incluso con recriminaciones gesticulares-, de que los defensores no subieran tanto y cubrieran la retaguardia en un contraataque, que de la propia ejecución.

Con y sin pelota fue el estratega que sabe manejar los tiempos y las situaciones de un equipo. Provocó la levantada junto a Gaitán y Palermo, metió un taco magistral de asistencia, estuvo muy cerca con dos tiros libres y otro remate desde afuera, incluso provocó la jugada final que no pudo definir Chávez, pero también supo cuando la cosa no daba para más y no valía la pena arriesgar con las pocas garantías que dan sus compañeros de retaguardia. A Riquelme, entonces, al conductor y al técnico en la cancha, lo terminó de convencer el tiro en el palo de Abelairas por el desatino previo de Monzón y Paletta. Ahí se decidió a tener la pelota y defenderse con ella. No daba para más…El, al cabo, en el Monumental, si no la gana, la empata.

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