Messi manda. Que no es decir que conduzca.
Manda en la cancha, con su autoritarismo futbolero, llevándose rivales por delante, demoliéndolos en base a una conjunción justa de talento y velocidad, inédita para este juego quizá en toda su historia. Probablemente ningún jugador en la tierra pudo y pueda llevar la pelota tan pegada al pie, tan a su merced, con tanta velocidad y en tanta cantidad de metros en el campo.
Y Messi también manda afuera de la cancha, dónde el técnico “obedece”. Quiere a Ustari, su amigo, en el plantel. Ahí está Ustari. Quiere a Lavezzi de titular. Lo pedís lo tenés. En la semana, cuando ante la ausencia obligada de Sergio Agüero, Alejandro Sabella evaluaba la posibilidad del 4-4-2, con su jugador “fetiche”, José Sosa, el hombre del Metallist de Rusia, Messi salió, sugestivamente, a decir en algunas notas, que él prefería jugar con dos hombres por delante. Y al final, también sugestivamente, Sabella le respondió con la inclusión de Lavezzi.
No hay juicio de valor. Así están dadas las cosas. Así son. Sí llama la atención que cierta parte de nuestros colegas, que armaban intrigas palaciegas y se horrorizaban porque algún jugador con predicamento, supuestamente “armaba equipos” o digitaba técnicos (que paradojico, ese futbolista ahora se fue justamente para no decir “el DT o yo”) ahora no digan lo mismo por lo que es evidente en el caso de Lionel Messi.
Lo cierto es que Messi manda. Y la Selección depende de sus decisiones, en todo sentido.
En la victoria ante Paraguay tuvo participación decisiva en los tres goles y cada vez que el equipo caía en un pozo, él lo levantaba con algún destello fulgurante, como su intervención prepotente en el segundo gol y la pelota que deriva en Gonzalo Higuaín, tanto como en sus dos tiros en los palos y el brillante remate en el tiro libre que resolvió el pleito en el impecable y colmado Mario Alberto Kempes.
Pero también, y paradójicamente, el equipo tiene esos pasajes en los que se cae porque casi nunca asume el control del juego, pocas veces lo ordena y domina, y eso se debe, en parte, al propio pedido-reclamo de Messi. Con “dos jugadores por delante” el astro está “condenado” muchas veces a retrasarse él mismo para hacerse de la pelota, tal como vimos que no funcionó en Sudáfrica, cuando los rivales, especialmente Alemania, le cortaron caminos y ya Messi no pudo hacer todo.
Con la consigna de Messi, con “dos hombres por delante”, es decir, con tres delanteros, -como la Selección de Maradona “se suicidó” en Sudáfrica, en desmedro de armadores de juego-, el mediocampo casi no existe en La Argentina, no se elabora en el tramo de tres cuartos a tres cuartos. Es más una zona de transición rápida que de gestación. Hoy para esa transición, y con determinados rivales, alcanza y sobra con el tranco de Angel Di María, que pasa rápido y muchas veces resuelve con criterio, y con la prepotencia futbolera del propio Messi, que hace y deshace.
Messi manda. Hoy alcanza y sobra. Pero no habría que dejar de mirar que con este mismo formato, elegido por el jugador más desequilibrante del mundo, otra historia reciente no terminó bien. Una Selección Argentina no debería renegar de una zona de gestación, no debería renunciar a un poder de juego para abastecer su poder de fuego. Para no repetir errores del pasado.
Manda en la cancha, con su autoritarismo futbolero, llevándose rivales por delante, demoliéndolos en base a una conjunción justa de talento y velocidad, inédita para este juego quizá en toda su historia. Probablemente ningún jugador en la tierra pudo y pueda llevar la pelota tan pegada al pie, tan a su merced, con tanta velocidad y en tanta cantidad de metros en el campo.
Y Messi también manda afuera de la cancha, dónde el técnico “obedece”. Quiere a Ustari, su amigo, en el plantel. Ahí está Ustari. Quiere a Lavezzi de titular. Lo pedís lo tenés. En la semana, cuando ante la ausencia obligada de Sergio Agüero, Alejandro Sabella evaluaba la posibilidad del 4-4-2, con su jugador “fetiche”, José Sosa, el hombre del Metallist de Rusia, Messi salió, sugestivamente, a decir en algunas notas, que él prefería jugar con dos hombres por delante. Y al final, también sugestivamente, Sabella le respondió con la inclusión de Lavezzi.
No hay juicio de valor. Así están dadas las cosas. Así son. Sí llama la atención que cierta parte de nuestros colegas, que armaban intrigas palaciegas y se horrorizaban porque algún jugador con predicamento, supuestamente “armaba equipos” o digitaba técnicos (que paradojico, ese futbolista ahora se fue justamente para no decir “el DT o yo”) ahora no digan lo mismo por lo que es evidente en el caso de Lionel Messi.
Lo cierto es que Messi manda. Y la Selección depende de sus decisiones, en todo sentido.
En la victoria ante Paraguay tuvo participación decisiva en los tres goles y cada vez que el equipo caía en un pozo, él lo levantaba con algún destello fulgurante, como su intervención prepotente en el segundo gol y la pelota que deriva en Gonzalo Higuaín, tanto como en sus dos tiros en los palos y el brillante remate en el tiro libre que resolvió el pleito en el impecable y colmado Mario Alberto Kempes.
Pero también, y paradójicamente, el equipo tiene esos pasajes en los que se cae porque casi nunca asume el control del juego, pocas veces lo ordena y domina, y eso se debe, en parte, al propio pedido-reclamo de Messi. Con “dos jugadores por delante” el astro está “condenado” muchas veces a retrasarse él mismo para hacerse de la pelota, tal como vimos que no funcionó en Sudáfrica, cuando los rivales, especialmente Alemania, le cortaron caminos y ya Messi no pudo hacer todo.
Con la consigna de Messi, con “dos hombres por delante”, es decir, con tres delanteros, -como la Selección de Maradona “se suicidó” en Sudáfrica, en desmedro de armadores de juego-, el mediocampo casi no existe en La Argentina, no se elabora en el tramo de tres cuartos a tres cuartos. Es más una zona de transición rápida que de gestación. Hoy para esa transición, y con determinados rivales, alcanza y sobra con el tranco de Angel Di María, que pasa rápido y muchas veces resuelve con criterio, y con la prepotencia futbolera del propio Messi, que hace y deshace.
Messi manda. Hoy alcanza y sobra. Pero no habría que dejar de mirar que con este mismo formato, elegido por el jugador más desequilibrante del mundo, otra historia reciente no terminó bien. Una Selección Argentina no debería renegar de una zona de gestación, no debería renunciar a un poder de juego para abastecer su poder de fuego. Para no repetir errores del pasado.
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