El procedimiento de Daniel Passarella para echar a Matías Almeyda no fue precisamente el más prolijo. Un llamado "entre gallos y medianoches" para una reunión con todo definido, un despido desmentido hace menos de dos meses en esas impresentables "conferencias de prensa" con un comunicado mal leído.
Las formas, está claro, son reprochables. Pero la verdad es que el fondo de la cuestión, desde el punto de vista futbolístico, ameritaba esta situación desde hace mucho tiempo. Almeyda tuvo más crédito que cualquier otro DT en las mismas condiciones por ser un ídolo del club y por esa imagen que se instaló de que "le puso el hombro" a River en el momento más complicado.
Pero, en realidad, esa prensa a la que ahora el mismo Almeyda culpa de todos sus males en River, es la que de alguna manera lo sostuvo más tiempo del que todos hubieramos imaginado de acuerdo a lo que se veía en la cancha y, ahora también, por los resultados.
Primero habría que desmitificar eso de "poner el hombro". En realidad, que Almeyda haya recibido la dirección técnica de River sin ninguna experiencia, con poco para perder y mucho para ganar y con la posibilidad que no tuvieron otros de redimir como DT inmediatamente la herida de haber descendido como jugador es un premio, más que "una cruz" para cargar. Dirigir a River siempre es un privilegio, aun en su hora más difícil, y para Almeyda fue una distinción. Como fue también un premio su continuidad de un año y medio al frente de un equipo que nunca con su dirección técnica tuvo una idea de juego y que cambió 54 veces la formación en 60 partidos.
River no fue fiel a su historia con Almeyda. Como no lo fue en la última etapa de J.J cuando se fue al descenso. River asumió esas dos situaciones, la del apremio y la de la obligación, con los mismos miedos y con muy poca grandeza. Preocupado más por los "dobles cinco" que por los enganches. Más por el vértigo que por el juego. El extremo en este campeonato, con resultados disímiles en diferentes partidos, fue jugar con cuatro marcadores centrales en el fondo y cuatro volantes centrales en el medio. Almeyda dice que siempre pidió a D'Alessandro. Ni siquiera empezó por poner a Lanzini de enganche.
Passarella tomó una decisión. Mal. Y tarde. Pero la tomó. Habrá que ver si el remedio es mejor que la enfermedad. Por lo pronto, por una vez, como no hacen otros dirigentes, escuchó a la gente. Probablemente con la especulación de que se viene un año electoral. Nada garantiza, sin embargo, que Ramón sea el mismo de los grandes éxitos, ahora sin las grandes figuras de otrora. Nunca se sabrá tampoco, quizá, si Ricardo Gareca,-el mejor de los DT que están trabajando-, hubiera estado disponible si Passarella esperaba dos semanas más lo que ya había demorado más de la cuenta.
1 comentarios:
bien vito muy claro y acertado en tus comentarios
Publicar un comentario