El otro clásico

Quisimos aproximarnos en tiempo y espacio a los que ibamos a vivir en pocas horas. Y para abordar Rosario, su sensibilidad, y el fenómeno del fútbol, nada mejor que ir a una de los “hogares” más queridos de Roberto Fontanarrosa. Por eso, en la tarde del sábado, antes de dirigirnos a Arroyito, a la cancha de Central,-otra “casa” de “El Negro”- para el increíble Argentina – Brasil de las eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica, vamos al remozado pero siempre mítico bar El Cairo, dónde nos sentamos junto a esa mesa especial, diferente a todas las demas, ubicada en el centro del lugar, hecha con una estructura de hierro y base de vidrio. La célebre Mesa de los Galanes, el otro clásico de Rosario. Ellos, los que están, los que no (fisicamente), y sus duendes, nos pueden inspirar sobre lo que está por pasar.

Y ante todo sentimos que aflora el orgullo. De los duendes del Negro, y de los personajes que todavía hoy se reunen en ese “centro ceremonial” de la Mesa de los Galanes. El orgullo del Colorado Vázquez, de Chiquito Martorell, del Negro Centurión, del Peruano Castillo, de Rogelio Bayá, de Dali López.

Orgullo porque esa Mesa, como en un juego de cajitas chinas, es el centro del centro del universo del fútbol. Aquí juegan Argentina – Brasil, el clásico del fútbol mundial y por al lado de este punto neurálgico, de este vidrio que es espejo de los sueños de todo Rosario, pasan hinchas que llegan de todo el país, periodistas, curiosos, turistas extranjeros. Los Galanes son consultados casi como garúes, casi como la vidente Doña Rosa del Negro Fontanarrosa, la antítesis de esa grotesca pitonisa política de nuestros días que se la pasa anunciando apocalípsis que no llegan nunca. Claro que los Galanes no son magos,-aunque arrastran el aura de la magia de ser amigos del Negro-, y no podían augurar, ni desear claro, el casi apocalipsis que significa para la Selección perder con Brasil, y así, sin jugar, como ocurríría horas después.

Pero los Galanes, antes que nada, aman el fútbol. Y están más allá del resultado. Es el legado del Negro. “A mí me gustaría que Argentina gane jugando mejor que Brasil”, le desliza Martorell a LA CAPITAL. En ese escenario, obviamente, no se puede traicionar la sensibilidad. El cómo importa tanto o más que el que. Porque, además, estos verdaderos sabios, no como algunos de los que pululan en la tele y en las radios, están seguros de que cuidando las formas, en fútbol, el objetivo se cumplirá más fácil.

Nada de eso ocurre por la noche. La Selección Argentina no solo descuida las formas, ni siquiera las tiene. No es un equipo, no insinua siquiera una idea en la cancha. Sacrilegio. En la tierra en la que las ideas fluyen. Por el Che, por Menotti, por ese otro Negro, Olmedo. Y por esos Galanes sabios de Fontanarrosa que no dejan de pensar.

Uno de ellos, el Colorado Vázquez, le confiesa a un periodista del diario El Ciudadano: “Los hinchas de Central tenemos que agradecerle a De la Rúa. Con la crisis de 2001 se disparó el dólar, el papá de Messi no le pudo pagar más el tratamiento de vitaminas que se tenía que hacer y por eso se fueron a Barcelona. ¿Pueden imaginarse lo que hubiera sido un clásico rosarino con Messi jugando en Newell’s?”. Tiene razón el Colorado, se salvaron los hinchas de Central. Como no se salvaron los de Real Madrid. Ahora sería bueno que Messi empezara a jugar los clásicos para Argentina.

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