Este Bianchi, en este fútbol argentino







El panorama de los equipos argentinos en la Copa Libertadores es sintomático. Tres representantes en el máximo certamen del fútbol continental, Arsenal, Tigre y Newell's, están últimos en sus grupos. Boca está tercero. Los cuatro tienen seriamente comprometida su clasificación. El único que es líder es Vélez, aunque en posición compartida con Peñarol y Emelec en el grupo 4. Tampoco tiene nada asegurado.
La historia podrá cambiar en la segunda rueda. Todos tienen posibilidades de repuntar. Pero no cambiará el concepto. Que nadie se haga el distraído. Lo que pasa tiene que ver con la mediocridad que hace tiempo padece el fútbol argentino. Que en la Selección se disimula con Messi, quien, digamoslo con todas las letras, no es un "producto" estrictamente argentino. Pues en la cantera están casi todas las explicaciones. El desdén por la técnica, el apego a la táctica y a los negocios rápidos, conspiran contra la formación y la identidad de nuestro fútbol.
En este contexto, ni Carlos Bianchi, el gran entrenador de la historia de la Copa Libertadores, está exento. Contra las ligerezas de algunos colegas, o los ataques interesados de otros (con olor a influencia perversa de un ex presidente sobre esos periodistas) ni Bianchi está "gaga" (una canallada) ni se olvidó de dirigir. Bianchi no es el que cambió o empeoró. Bianchi no es más ni menos que un entrenador. Lo que cambió es el material con que cuenta, los jugadores que tiene para dirigir.
Probablemente él tenga un mínimo porcentaje de responsabilidad, el que le cabe por dos refuerzos que no parecen a la altura de Boca, como "Chiqui" Pérez y Ribair Rodríguez, más allá de la actitud y la voluntad, y más por no haber deducido rapidamente cuáles eran los puestos que realmente había que reforzar en el equipo de La Ribera, por ejemplo, el de lateral por derecha.
Pero aparte de eso, la verdad es que Bianchi heredó un plantel con numerosas carencias, por un pésimo diagnóstico de los anteriores cuerpos técnicos y los dirigentes, y en el contexto de este fútbol argentino que claramente ha perdido competitividad, porque ha perdido técnica y capacidad de desequilibrio.
También Bianchi se encontró con nuevos vicios del jugador argentino de la segunda década del siglo XXI. En la era del whatssap y las tablets, algunos pibes están más preocupados por las respuestas inmediatas en el chat del BB que en todo lo que deben cuidarse y como deben prepararse para asegurar su porvenir. O, peor aun: ya tienen el último modelo de auto o de "botinera" antes de llegar a jugar en primera.
El nuevo desafío de Bianchi ya no tiene que ver con resultados puntuales. Si ya los consiguió todos. Con tres años de contrato en Boca, y con Riquelme como ejemplo para los pibes de como se debe amar realmente este juego, la gran premisa de Bianchi debe ser imponer el respeto a su indudable autoridad y conocimientos entre chicos y grandes para parar,-al menos desde su lugar-, la creciente desculturización de nuestro fútbol, en el que todos los días "se tira un viejo por la ventana", que es lo mismo que despreciar la sabiduría. Mientras que, por ejemplo, el técnico campeón del mundo, Vicente del Bosque, un sexagenario, reemplaza a otro entrenador "grande", Luis Aragonés, en la selección de España, que hizo el camino inverso al de Argentina, de la táctica enfermiza a la técnica, de la histeria al juego, de la furia a la paciencia.

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