Shosholoza

Desde Johannesburgo, Sudáfrica



La cantaba Nelson Mandela con Walter Sisulo y otros camaradas presos, cuando trabajaban en la cantera de cal de la inóspita Robben Island que visitamos hace unos días.
Volvió a cantarla muchos años después, a principios de 1995, cuando regresó a su celda y a esa cárcel con otros cien ex presos para una ceremonia muy especial.
Shosholoza era, y es, quizá, la canción preferida por los negros sudafricanos. Historicamente la cantaban los trabajadores negros en el éxodo, cuando tenían que emigrar desde las zonas rurales del sur de Africa hacia las minas de oro cercanas a Johannesburgo.
Shosholoza es una melodía bella, pegadiza y se puede traducir como “abrirse paso”, “viajar de prisa” o “avanzar”. La canción era muy popular en las canchas de fútbol y la cantaban casi exclusivamente los negros. El fútbol, en realidad, era un deporte casi exclusivo de los negros.
Dan Moyane fue un activista de Soweto, quien tuvo que huir a Mozambique por su lucha contra la segregación racial y se incorporó al CNA, el partido de la resistencia de Mandela, en el exilio. Dan Moyane odiaba el rugby, como deporte eminentemente blanco y símbolo de la dominación afrikáner que había terminado con los 566 chicos acribillados en la Masacre de Soweto de 1976.
Pero a la vuelta a su país, en 1991, cuando se levantó la prohibición al CNA obtuvo trabajo en una radio de Johannesburgo, y pronto empezó a conducir un programa de contacto con los oyentes junto a un ex jugador de rugby de Irlanda, John Robbie, quien se transformó en su amigo.
Un buen día, al comienzo del Mundial de rugby, pasaron Shosholoza, en una versión del grupo sudafricano Ladysmith Black Mambazo. A Moyane se le ocurrió decir que la canción debía transmitir un espíritu más fuerte, con más garra y pasión. Robbie lo desafió a cantarla al aire. Resultado: cantó un tramo, como un simple aficionado, pero con esa pasión de la que hablaba; al instante los teléfonos comenzaron a saturarse; le ofrecieron grabarla con un coro de Soweto y una semana antes de la final los organizadores del Mundial de rugby le ofrecieron cantarla en el estadio Ellis Park, una hora antes del choque de Sudáfrica ante los All Blacks.
Cuando lo hizo apareció en el tablero del estadio la letra de la canción en lengua zulú. En la introducción Moyane arengó: “Vamos a cantar la canción hasta echar a los All Blacks del estadio”. La cantaron todos, con unción y pasión, negros y blancos. Una canción callejera negra, una canción de fútbol, cantada por los herederos de los viejos enemigos que instalaron el apartheid. Moyane todavía hoy cuenta, en el maravilloso libro de Joan Carlín, “El factor humano” que mientras cantaba Shosholoza en la antesala de la final del Mundial de rugby se le vinieron a la mente “imágenes de 1976, de amigos encarcelados, a los que aquellos que estaban ahí-o por lo menos otros próximos a ellos, habían torturado y asesinado…”
Shosholoza ganó aquel partido antes que los Springboks. Y hoy también gana en el Mundial de fútbol. Empezamos nuestro atrapante viaje por Sudáfrica sin poder de dejar de tararear el “Wavin’Flag” que, algo parecido a Shosholoza en el torneo de rugby, no era el tema oficial pero terminó siendo el más cantado. Lo continuamos sin poder sacarnos el Waka Waka de la cabeza con un contagio que llega a todos, con imágenes que no olvidaremos, como esa de dos pétreos morenos custodios de policía en la puerta principal del Nelson Mandela Square que de repente no resistieron la tentación y se pusieron a bailar cuando se empezó a escuchar la canción de Shakira. Pero terminamos este viaje, definitivamente, entonando todo el tiempo Shosholoza, la cantamos hasta en sueños. Y no se imaginan como se les ilumina el rostro a los negros que atienden en cualquier negocio o nos escuchan al pasar por la calle que la cantamos.nosotros. Y ni que hablar cuando la pedimos en la casa de música. Es una canción con magia, que envuelve, que atrapa, de la que uno ya no se puede librar. Y tenía razón ese tal Don Moyane. Hay que cantarla con pasión, con devoción. La cantaban quienes iban a trabajar lejos de sus familias y lo hacían con la esperanza de la vuelta. También nosotros, aunque en condiciones bien distintas, pero admirando esa lucha, la cantamos a la hora del regreso. Shosholoza es “avanzar”, “abrirse paso”. Sudáfrica avanzó aun más hacia la libertad con el Mundial de fútbol. Y se abrió paso para siempre en nuestros corazones…

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